3.1. Textos y análisis.
El número que oficia de introducción general
al Capítulo Primero nos dice:
“Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es el Primero y
el Ultimo (Is 44, 6), el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios
Padre, porque el Padre es la Primera Persona divina de la Santísima Trinidad.
Nuestro símbolo se inicia con la creación del cielo y de la tierra, ya que la
creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios.” (CCE
198).[1]
Podemos ver aquí tres frases claramente
destacadas. La primera se establece en la perspectiva de “Dios Uno”, que queda
confirmada con una cita del AT, y con una referencia al “teísmo racional” al
caracterizar a Dios como “Principio y Fin”.[2]
La segunda frase entra en la perspectiva de “Dios Trino”. Finalmente, la
tercera frase aborda de lleno la perspectiva económica. Con esto, se anticipan
los párrafos que siguen: “Dios Uno” (CCE 199-231); “Dios Trino” (232-267); “El
Todopoderoso” (268-278) y “El Creador”
(279-324).[3]
3.1.1. Creo en un solo Dios (CCE 200-202).
Dentro de la temática de “Dios Uno”, lo
primero que menciona el CCE es la unicidad de Dios, fundándose en el inicio del Símbolo de
Nicea-Constantinopla: “Credo in unum Deum”, dado que este atributo está
ausente en el Símbolo de los Apóstoles.[4]
El primer número de nuestro Título–CCE
200– presenta los atributos divinos de
la unidad y de la unicidad de su esencia: “Dios es Único (Unus): no hay
más que un solo Dios: «La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por
naturaleza, por substancia y por esencia» (CR 1,2,2).”[5]
Los dos números siguientes muestran lo que
compete al atributo de la unidad en el Antiguo y en el NT, respectivamente.
Así, mientras CCE 201 refuerza la presentación de la unidad divina con dos
citas centrales del AT,[6] CCE 202
muestra que la revelación de la
Trinidad no menoscaba la unidad divina:
“Jesús mismo confirma que Dios es «el único Señor» (Deum «unum
Dominum» esse)... Deja al mismo tiempo entender que Él mismo es «el Señor» (Se
Ipsum «Dominum» esse). Confesar que «Jesús es Señor» es lo propio de la fe
cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Único (in Unum Deum).
Creer en el Espíritu Santo, «que es Señor y dador de vida», no introduce
ninguna división en el Dios único (in Deum Unum)...”.[7]
El Título concluye con una cita magisterial
que recalca lo expuesto y sigue precisando el vocabulario dogmático pues, a la
cita del CR anotada al final de CCE 200, se le aporta ahora la
perspectiva
trinitaria, junto con la mención de varios atributos divinos: “Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay
un solo verdadero Dios, [eterno,] inmenso e inmutable, incomprensible,
todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una
Esencia, una Substancia o Naturaleza absolutamente simple (C. de Letrán IV: DS
800).”[8]
En síntesis, vemos que el CCE comienza su
exposición sobre Dios presentando la unidad divina y la unicidad de su esencia,
fundamentando en el Credo niceno-constantinopolitano. Además, se exponen textos
del AT y del NT sobre el tema. Y se concluye mostrando la compatibilidad de
este atributo con la
Revelación neotestamentaria de la Trinidad.
Juntamente con esto, se comienza a precisar
el vocabulario dogmático: para la perspectiva de “Dios Uno” al final de CCE 200,
y para la perspectiva de “Dios Trino” en la cita del Lateranense IV de CCE 202.
Y en esta cita, también se enumeran otros atributos divinos; Dios es eterno,
inmenso, inmutable y simple (en relación con la esencia divina); incomprensible
e inefable (en relación con nuestro conocimiento de Dios); y omnipotente (en
relación con la operación divina).
3.1.2. Dios revela su Nombre (CCE 203-213).
Aquí el CCE retoma la perspectiva bíblica
como hilo conductor de su exposición. Y con CCE 203 se retorna al hecho de la Revelación divina que
ocupó la Primera Sección (CCE 50ss), pero en un aspecto
específico de ella: la
Revelación del Nombre de Dios. De este modo comienza a
manifestarse la Theologia
en la Oikonomia :
el Ser de Dios se va revelando en la historia: “El nombre expresa la esencia,
la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es
una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en
cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más
íntimamente conocido y de ser invocado personalmente.”
El texto conjuga íntimamente aspectos que
apuntan a la Theologia
–por ejemplo, cuando habla de “esencia” e “identidad”– con la perspectiva
económica de la comunicación divina.
Seguidamente, CCE 204 aplica particularmente
a la Revelación
del Nombre divino, la progresividad que antes se había mencionado para la Revelación en general.[9] Y
destaca la importancia fundamental y permanente de la Revelación del Nombre
hecha a Moisés en la zarza.[10]
Después de estos dos números iniciales, nuestro Título se subdivide en cuatro
parágrafos.
3.1.2.1. “El Dios vivo” (CCE 205).
Este parágrafo se remonta a la época patriarcal, mostrando que el mismo Dios que
“llama a Moisés desde una
zarza que arde sin consumirse... es el Dios de los padres... que había llamado
y guiados a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo
que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus
descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del
tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su Omnipotencia para
este designio”.
Al mismo tiempo, se esbozan los temas de los
tres parágrafos siguientes: la Revelación hecha Moisés (CCE 206ss); “Dios
misericordioso y clemente” (CCE 210s) y “Solo Dios ES” (CCE 212s).
3.1.2.2.
“Yo soy el que soy” (CCE 206-209).
La exposición comienza con la cita textual de Ex 3, 13-15, donde aparece la Revelación del Nombre
divino, centrando todo el parágrafo en
este momento crucial de la historia.
A continuación, CCE 206 juega con los
aspectos complementarios de “Revelación” y “Misterio”: cada frase que afirma
algo positivo, es complementada por otra frase de carácter apofático, o
viceversa. De este modo se respeta lo que ya nos había dicho el CCE sobre cómo
hablar de Dios: nuestro lenguaje (y nuestro conocimiento) de Dios es –en el
mejor de los casos– legítimo, pero limitado, incapaz de abarcar al Dios infinito.[11]
Seguidamente, CCE 207 nos presenta un primer
sentido salvífico del nombre YHVH: “Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo
tiempo, su fidelidad que es de
siempre y para siempre... Dios, que revela su nombre como “Yo soy”, se revela como el Dios que
está siempre allí, presente
junto a su pueblo para salvarlo.”[12]
Y, del mismo modo que en CCE 206 se
complementaban aspectos positivos y apofáticos en torno del Nombre de YHVH, CCE 207 y 208 parecen
equilibrarse entre sí: el aspecto “fascinante” del amor fiel y salvífico de
Dios se complementa con el aspecto “tremendo” de la santidad divina.[13] [14] Con
cuatro frases que comienzan con la preposición “ante” (coram) CCE 208
expone lo que experimenta el ser humano en presencia de la santidad divina:
“Ante la presencia atrayente y misteriosa de
Dios, el hombre descubre su
pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se
cubre el rostro delante de la Santidad Divina. Ante la gloria del
Dios tres veces santo, Isaías exclama:
«¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6,
5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: «Aléjate de mí, Señor,
que soy un hombre pecador». (Lc 5, 8)”.[15]
No obstante, esta experiencia de la
“tremenda” santidad divina vuelve a equilibrarse dentro del mismo número,
apelando –de nuevo– a un aspecto “fascinante”: la misericordia de Dios:
“Pero
porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante
de Él: «No ejecutaré el ardor de mi
cólera... porque soy Dios, no
hombre; en medio de ti yo el
Santo» (Os 11, 9). El apóstol Juan dirá igualmente: «Tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él,
en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo» (1 Jn 3,
19-20)”.[16]
Finalmente, CCE 209 –que es una anotación en
“letra pequeña”– muestra algunas particularidades en el uso del nombre de YHVH,
tanto en la tradición judía como en el NT.[17]
De este modo, este segundo parágrafo
centrándose en el nombre divino de YHVH, nos muestra algo del misterio
“fascinante y tremendo” de Dios:
– Dios nos ha revelado su Nombre y, por eso,
podemos conocer mejor a Dios, pero siempre dentro de las radicales limitaciones
del conocimiento y del lenguaje humanos.
– Dios es Fiel: está siempre junto a su
pueblo para salvarlo.
– Dios es Santo: ante Él, el hombre
experimenta su radical pequeñez y pecaminosidad.
– Dios perdona: la infinita superioridad del
Dios Santo, es también fundamento de su perdón.
3.1.2.3. “Dios misericordioso y clemente” (CCE
210-211).
Continuando con la línea narrativa del libro
del Éxodo, el CCE pasa ahora a los capítulos 33s.
Y, enseguida se expone y comenta el relato
cuando Moisés pide ver la gloria de Dios, y que constituye la segunda gran
teofanía del libro del Éxodo. Allí, vinculado al nombre de YHVH –que establece
el vínculo con la escena de la zarza–[18]
aparecen ahora los atributos de misericordia, clemencia, paciencia, “amor y
fidelidad”; y también la bondad-belleza (bonum-pulchrum) de Dios; todos ellos atributos
“fascinantes”.[19]
A continuación, CCE 211 profundiza el
sentido de los hechos expuestos en el número anterior, añadiendo a la fidelidad
de Dios –ya mencionada en CCE 207– la misericordia de Dios, expresión de su
amor que es fiel, a pesar de la infidelidad del pueblo.[20]
Y la frase final de este número 211 prolonga
el tema de la misericordia de Dios hasta la Nueva Alianza , donde
el nombre divino “Yo Soy” se terminará aplicando al Hijo: “Dios revela que es
«rico en misericordia» (Ef 2,4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando
su vida para librarnos del pecado, revelará que él mismo lleva el Nombre divino:
«Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy» (Jn
8,28)”.[21]
En conclusión, vemos aquí que, el atributo de la misericordia –que se había
vislumbrado al final del parágrafo anterior– se retoma y acentúa en el presente
parágrafo, de modo que esta segunda escena del libro del Éxodo resulta
complementaria a la primera, estableciéndose entre ambas una cierta
bipolaridad. Pues Éx 3 –sin olvidar el aspecto “fascinante”– acentuaba la
santidad de Dios y su diferencia respecto del hombre; en cambio, Éx 33s –sin
olvidar el aspecto “tremendo”– acentúa la misericordia y “el amor y la
fidelidad” de Dios. Además, esta última díada servirá para progresar en la
exposición sobre Dios, a partir de CCE 214. Finalmente, se muestra que la máxima expresión
de este amor misericordioso y fiel se revela en el Hijo, a quien también se
aplica el nombre “Yo Soy”.
3.1.2.4. Sólo Dios ES (CCE 212-213).
Prolongando la línea histórica, el CCE
muestra que “en el transcurso de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar las riquezas
contenidas en la revelación del Nombre divino”. De este modo se explicita que:
“Dios es uno”; “Dios trasciende el mundo y la historia”; Dios “ha hecho el
cielo y la tierra”; Dios es inmutable y eterno; y todo esto fundamenta su
fidelidad “a Sí mismo y a sus promesas”.[22]
CCE 213 profundizará el sentido del hecho
señalado en el número anterior, insistiendo en la perspectiva metafísica que
domina todo este parágrafo 4: “sólo Dios ES”; “Dios es la plenitud del Ser y de
toda perfección”;[23] Dios
no tiene origen ni fin; “Él solo es su ser mismo y es por Sí mismo todo lo que
es”.[24] Esta
perspectiva metafísica en la comprensión del nombre revelado a Moisés –nos dice
el CCE– ya se había subrayado en la traducción de los Setenta, y se prolongó en
la Tradición
de la Iglesia.[25]
En síntesis, este parágrafo 4 muestra la
explicitación progresiva de los elementos metafísicos contenidos en la
revelación del nombre de YHVH; y a todo esto no le falta su perspectiva soteriológica,
pues en este Ser Divino se fundamenta su fidelidad a Sí mismo y a sus promesas.
De este modo, CCE 212s constituyen el
“momento sintético” de este segmento dedicado al nombre de YHVH, y en el cual
se pasa del aspecto económico-salvífico, a su trasfondo teológico-metafísico.
3.1.3. Dios, “El que Es”, es Verdad y Amor (CCE
214-221).
Con la misma cita explícita de Ex 34,6 que
se había usado en CCE 210 –y que aquí se vuelve a anotar al principio de CCE
214– se comienza a exponer la temática que enseguida se concretará en dos
parágrafos: “Dios es la Verdad ”
(CCE 215-217) y “Dios es Amor” (CCE 218-221). De este modo, vemos que Ex 34,6
–con su expresión: “YHVH... rico en amor y fidelidad”– sirve de nexo entre la
escena de la zarza, donde se había revelado el Nombre (CCE 205-209), y la
profundización del misterio de Dios, como Verdad y Amor (CCE 214-221).[26]
En cuanto a CCE 214 en particular, después
de replantear que Dios es “rico en amor y fidelidad”, nos manifiesta que:
“estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino”.
Y a continuación nos muestra la amplitud y profundidad que estos dos atributos
divinos manifiestan tener en la Revelación. Finalmente se concluye esta
introducción con citas bíblicas, que redondean lo expuesto y lo prolongan hasta
su último desarrollo en el NT: “…«Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna» (1
Jn 1,5); él es «Amor», como lo
enseña el apóstol Juan (1 Jn 4,8)”.
3.1.3.1. Dios es la Verdad (CCE 215-217).[27]
CCE 215 comienza con tres citas bíblicas del AT, condensándolas enseguida
en una frase sintética: “Dios es la
Verdad misma, sus palabras no pueden engañar”. Como vemos, en
esta frase aparece una dimensión metafísica –Dios mismo, considerado bajo el
aspecto de Verdad– y su consecuencia económica.[28]
El resto del número insiste en la consecuencia práctica que –el hecho de que
Dios sea la Verdad –
tiene para el hombre, quien “se puede entregar con toda confianza a la verdad y
a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas”, y concluye señalando
que el comienzo del pecado consistió justamente en “dudar de la palabra de
Dios, de su benevolencia y de su fidelidad”.
A continuación CCE 216 pone este atributo
Verdad de Dios, en relación con la creación en tres afirmaciones, cada una de
las cuales se relaciona con una cita del AT: su “sabiduría... rige todo el
orden de la creación y del gobierno del mundo” (cf. Sb 13,1-9); “Dios... es el
único (solus) que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas
creadas en su relación con Él”. (cf. Sb 7,17-21); porque es el “único (solus)
Creador del cielo y de la tierra” (cf. Sal 115,15).
Finalmente, CCE 217 pasa del plano de la
creación al plano sobrenatural de la revelación divina: “Dios es también
verdadero cuando se revela”. Esta
afirmación se ilustra con varias citas bíblicas comenzando con Ml 2,6 –que nos
dice que la doctrina que viene de Dios es “Lex veritatis”– y continuando
con referencias joánicas que nos remiten a la plenitud de la revelación: el
Hijo ha venido al mundo para “dar testimonio de la Verdad ” (Jn 18,37)... “para
que conozcamos al Verdadero” (1 Jn 5,20; cf. Jn 17,3).
3.1.3.2. Dios es Amor (CCE
218-221).[29]
El primer número de este parágrafo nos
muestra –ilustrándolo con varias citas del AT– cómo la pedagogía de Dios fue
manifestando gradualmente a Israel el misterio del amor gratuito de Dios, que fundamentaba la revelación y la
elección con las cuales Israel era beneficiado, como así también cimentaba
la fidelidad de Dios, que perseveraba en salvarlo y perdonarlo.
El segundo número nos muestra, con sendas
citas proféticas, varias comparaciones del amor de Dios con experiencias
humanas de amor (padre-hijo; madre-hijos; esposo-esposa), manifestando cómo el
amor de Dios no sólo es equiparable a estas experiencias, sino que las
sobrepuja completamente.[30]
Finalmente el texto se prolonga hasta el NT mostrando que el amor de Dios
“llegará hasta el don más precioso: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único» (Jn 3,16)”.
En tercer lugar, CCE 220 se concentra sobre
un rasgo del amor de Dios: su eternidad (con tres citas proféticas: Is 54, 8.10
y Jr 31, 3). De esta manera, se subraya de modo máximo la fidelidad del amor
salvífico de Dios. Pero, además, se insinúa una posible profundización
ulterior: si el amor de Dios es “eterno”, y Dios mismo es eterno, entonces, nos
dirá ya el NT: “...«Dios es Amor» (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor (ipsum
Dei Esse est amor). Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único
y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo: él mismo es una eterna comunicación (Ipse
aeterne est amoris commercium) de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos
ha destinado a participar en Él” (CCE 221).[31]
Además de alcanzar esta cumbre, CCE 221 abre
explícitamente la temática trinitaria. En esta apertura nos muestra tanto la
perspectiva de lo Oikonomia,[32]
cuanto la perspectiva de la Theologia. Con esto deja el terreno
preparado para que, después de considerar las “consecuencias de la fe en el
Dios Único”, se pueda encarar en el próximo párrafo la exposición del Misterio
de la Santísima Trinidad.
En cuanto a la estructura, estos dos
segmentos muestran dos diseños superpuestos. Un diseño – la línea histórica– es
semejante en ambos: arrancan por el AT para concluir en el NT. El otro diseño
es antítetico entre ellos: CCE 215 pone primero el principio metafísico “Dios
es la Verdad misma”, y luego muestra su repercusión económica (CCE 216s); en
cambio CCE 218ss comienzan por la economía para concluir en la afirmación
metafísica “Dios es Amor” (CCE 221).
Si bien se anuncian las “consecuencias de la fe en el Dios Uno”, ya la
introducción amplía la perspectiva teologal –y la concretiza– pues se trata, no
sólo de “creer en Dios”, sino también “amarlo con todo el ser”, lo cual tiene
“consecuencias inmensas para toda nuestra vida” (CCE 222). Y, a continuación,
se presentan cinco consecuencias: “reconocer la grandeza y la majestad de
Dios”; “vivir en acción de gracias”[34];
“reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres”; “usar bien
de las cosas creadas”; “confiar en Dios en todas las circunstancias”.
Haciendo una lectura teológica de estas
cinco consecuencias, podemos observar que las dos primeras se refieren, en
primer lugar, a Dios mismo:
– la “grandeza y majestad de Dios” dicen
relación a su Ser, y están en la línea de lo “tremendum”. Además, en las dos frases que se citan en
este número 223, se sacan dos consecuencias complementarias: una intelectual,
“Dios... supera (vincens) nuestra ciencia” y otra práctica, “Dios debe
ser «el primer servido»“.
– la bondad de Dios –de la cual procede
“todo lo que somos y poseemos” y que motiva nuestra “acción de gracias”– dice
relación al obrar de Dios, y está en la línea de lo “fascinans”.
A su vez, en los tres números siguientes
podemos ver sendas referencias a las consecuencias que tiene la fe en el Dios
Uno con relación al hombre, al mundo y a la historia:
– el Dios Uno a creado a todos los hombres a
su imagen y semejanza, y los llama a la unidad y al reconocimiento mutuo de su
común dignidad.
– el Dios Uno –Creador de todas las cosas y
causa de su bondad–[35] se
manifiesta también como el Bien Supremo por encima de todas las cosas; por eso
el hombre debe usar de las cosas creadas en la medida que lo acercan a Dios.
Las referencias mateanas anotadas allí subrayan la renuncia radical a todo lo
que aparte de Dios, y una cita de San Nicolás de Flüe corona este número.
– el Dios Uno fundamenta una confianza total
en todas las circunstancias, pues es Señor de la historia; es fiel a sus
promesas (“Dios no se muda”). Y más aún, incluso en la adversidad, a “quien a Dios
tiene, nada le falta: sólo Dios basta”.
[1] Corregimos la puntuación del texto en español –que sólo pone una
pausa menor entre el segundo y tercer inciso– de acuerdo a lo que presenta la editio
typica.
[2] R. Ferrara, Comentario, 87.
[3] Dice también Ferrara, ibid.:
“Con esta articulación ternaria se conjuga necesariamente otra, de carácter
binario, presente en el CEC en una frase temprana de su elaboración... Dios Padre... Dios Creador...”. El autor
se refiere al esquema de la Adumbratio
Schematis de 1987, que cita allí mismo en nota.
[4] R. Ferrara, Comentario, 86.
[5] Si bien varias versiones en lengua moderna insisten en la palabra
“Único” o en la expresión “un solo Dios” (así el español, francés e italiano)
la editio typica dice siempre “unus”: “Deus est Unus: non est
nisi unus Deus. «Deum igitur natura, substantia, essentia unum…”.
Lo mismo vale para los dos números siguientes
(CCE 200-201). La edición en inglés, es más equilibrada al utilizar “One
God” con cierta preferencia a los adjetivos “only” y “unique”.
Recordemos
aquí lo que expone Santo Tomás en la Suma Teológica: “Dicimus tamen unicum
filium, quia non sunt plures filii in divinis. Neque
tamen dicimus unicum Deum,
quia pluribus deitas est communis... Vitandum est etiam
nomen solitarii, ne
tollatur consortium trium personarum...” (I, 31, 2, in corpus; cf. In I Sententiarum 24, 2, 1, ad 5). De
hecho, si repasamos la editio typica, encontramos que sólo cuatro veces
aplica el adjetivo “Unicum” a Dios, pero con las siguientes salvedades:
CCE 228, donde es cita literal de Tertuliano (quien también dice “unus” en
la misma cita) y que literalmente expresa: “Unicum sit necesse est summum
magnum, –quod fuerit par non habendo– [...] Deus, si non unus est, non est” (pero nótese que lo que está antes de los
corchetes está en neutro; mientras que lo que está después de ellos, está en
masculino); CCE 576 y 587 donde se habla de Dios, pero tal como cree en
Él el pueblo de Israel y CCE 841 donde se está citando literalmente LG 16, y se
está haciendo referencia a la fe musulmana.
[6] La primera cita es Dt 6, 4-5, que constituye también el inicio de
una oración judía fundamental, la Shemá; y la segunda cita es un texto
esencial del Déutero-Isaías, adalid veterotestamentario del monoteísmo (Is 45,
22-24). El CCE aprovecha para mostrar la proyección de este último texto en el
NT, enviando a Flp 2, 10s.
[7] El PR sólo se refería al Señorío de Jesús; CCE agrega el Señorío
del Espíritu, cuidando mejor la presentación trinitaria. Por otra parte, el
texto no explicita –tampoco en la editio typica– que en la frase: “Jesús
es Señor” se esta citando 1 Cor 12, 3; y para el Señorío del Espíritu Santo se
menciona el Símbolo niceno-constantinopolitano. Esta es la primera de las dos
veces que aparecen las Tres Divinas Personas en este Párrafo 1; la siguiente
será en CCE 221.
[8] La cita del Lateranense IV (que no estaba en el PR) tiene el
atributo “aeternus” en la editio typica, pero está ausente en las versiones en español y francés (de la
cual parece depender el texto en español).
[9] “Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su
pueblo...”. Cf. CCE 53.
[10] “...la revelación del Nombre Divino, hecha a Moisés en la
teofanía de la zarza ardiente… demostró ser la revelación fundamental (revelatio
fundamentalis) tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza.”.
[11] Cf. CCE 39-43. CCE 230, en el Resumen de este Párrafo 1, cita a
San Agustín: “Si cepisti, non est Deus”.
[12] Este sentido del nombre YHVH ha sido fundamentado por
especialistas. Cf. R. de Vaux, Histoire ancienne d´Israel.
Des origines á l´installation en Canaan. t. I, Paris, 1971, 321-337; y R. Ferrara, El Misterio de Dios, correspondencias y paradojas, Salamanca, Sígueme, 2005, 186 (en adelante, citado: R. Ferrara, Misterio
de Dios).
[13] A estos dos aspectos la Divinidad, a saber, “lo fascinante” y “lo
tremendo” parece aludir el CCE en la primera frase de nuestro número 208,
cuando nos habla de “la presencia atrayente
y misteriosa de Dios”. Cf. R. Otto, Le sacré.
L´element non-rationnel dans l´idée du divin et sa relation avec le rationnel, Paris,
1949.
[14] PR 1036s postergaba la presentación de la santidad divina hasta
después del –ahora– parágrafo 3: “Dios misericordioso y clemente” (PR 1034s;
ahora CCE 210s), y le ponía, incluso, un título propio, que ha desaparecido
(“Sólo Dios es santo”). En cambio, en el CCE la presentación de la santidad
divina se adelanta, se le quita aquel título propio, y se la conjuga con
elementos “fascinantes”, logrando de este modo una presentación más equilibrada
del misterio de Dios. También el uso de las citas bíblicas es indicador de este
giro: mientras que PR 1036 citaba Os 11,9 sólo en su inciso c: “Porque soy
Dios, no hombre: en medio de ti yo soy el
Santo”; en cambio, CCE 208, le antepone el inciso a del mismo versículo:
“No ejecutaré el ardor de mi cólera...”, y le adjunta la consoladora cita de 1ª
Jn 3, 19-20, que no estaba en el PR.
[15] Esta es la primera de las cuatro veces que se menciona al Hijo en
este párrafo 1; las siguientes serán en CCE 209, 211 y 219. Véase, más abajo:
“Las Personas de la Trinidad, en este Párrafo sobre el Dios Uno”, en la p. 43.
[16] Ambas citas fundamentan la misericordia de Dios en su santidad, y
en su diferencia respecto del hombre. “Luego es en la trascendencia sugerida
por la santidad en donde paradojalmente se descubre la inmanencia salvífica de
Dios” dice R. Ferrara, Comentario, 94. Más adelante, CCE 270
retomará esta idea desde un ángulo complementario: la “tremenda” Omnipotencia
de Dios –la cual lo diferencia del hombre– se muestra en “el más alto grado”
cuando Dios perdona los pecados de los hombres.
[17] Al final de este número, se nos dice que “con este título ["Kyrios"] será aclamada la
divinidad de Jesús: "Jesús es Señor”. Éste es uno, de los dos modos, como
el CCE relaciona el Nombre con la Persona del Hijo. El otro modo será el uso
joánico del título “Yo soy”, en CCE 211.
[18] Nótese que en nuestro número –CCE 210– aparece tres veces el
nombre sagrado de “YHVH”. Ya había aparecido una vez, en CCE 206, y sólo
aparecerá otras dos veces en CCE 446 y 2666.
[19] Será particularmente importante el uso que se
dará más adelante a la díada “amor y fidelidad” citada aquí, para coronar este
párrafo mostrando a Dios como “verdad y amor” (CCE 214ss)
[20] Cf. San Juan Pablo II,
Dives in misericordia, 4; el título de la encíclica es de Ef 2, 4,
citado en este mismo CCE 211.
[21] El contenido de CCE 211 no tiene paralelo en el PR, salvo la cita
de Jn 8, 28. Pero PR ubicaba esta cita recién al final del párrafo, en el
contexto de “Dios es Amor” (PR 1043).
[22] PR 1038 era más pobre en esta presentación, mencionando sólo dos
de estos cinco elementos: la trascendencia divina respecto del mundo y la historia,
y la creación del cielo y la tierra, en el contexto de la cita del Salmo 102.
[23] La editio typica dice: “Deus
est plenitudo Essendi et omnis perfectionis.”
[24] En la editio typica dice: “Ille
solus est Suum ipsum esse et Ille est a Se Ipso quidquid Ille est.” CCE mejora y simplifica la propuesta que
traía el PR, traduciendo algunas frases que PR ponía en latín –y que, además,
son mejoradas en cuanto a su contenido–, y eliminando un par de citas de
Agustín y Anselmo.
[25] Ferrara indica que: “Si prescindimos de las connotaciones
metafísicas y en esta «plenitud de ser y de toda perfección» retenemos el
misterio que garantiza nuestra salvación, entonces éste pudo ser apuntado en la
revelación primigenia del Yo soy el que soy, y no sólo en una posterior relectura.”
R. Ferrara, Comentario, 94s.
[26] Este texto de Ex 34,6 aparece como 1ª Lectura de la Solemnidad de
la Santísima Trinidad del Ciclo A.
[27] Todo este parágrafo sobre “Dios es la Verdad”
estaba ausente del PR, que sólo consideraba el misterio de Dios como “Ser y
Amor” conservando la díada que había utilizado Pablo VI en el Credo del Pueblo de Dios (cf. PR 1029):
“Así la díada de Pablo VI se vuelve una tríada que... puede encaminar a una
comprensión analógica del misterio de las Personas divinas, apropiando el ser
al Padre, la verdad al Hijo y el amor al Espíritu Santo” constituyendo esto “el
aporte más original de la redacción definitiva”: R. Ferrara, Comentario,
90.
[28] Creemos que Ferrara pasa por alto el aspecto
metafísico, considerando sólo el aspecto económico: cf. R. Ferrara, Comentario, 95.
[29] Este parágrafo sobre “Dios es Amor” era mucho
más pobre en el PR: PR 1042s se encuentra hoy en CCE 221, mientras los tres
primeros números del CCE (218-220) no tienen precedentes en el PR.
[30] Quizás se deslizó un error aquí: cf. “¿Un
error del CCE al citar un texto bíblico?”, en p. 38.
[31] Nótese el paralelismo “Ipsum-Ipse”
en los paréntesis en latín, para dos frases muy contundentes.
[32] PR sólo mencionaba la misión del Hijo; CCE
completa la perspectiva trinitaria, incluyendo la misión del Espíritu.
[33] El texto del CCE ha cambiado sustancialmente
el texto, pero sí la ubicación de este tema: aquí lo tenemos al final del
Párrafo, y en el PR se lo ponía mucho antes (1023-1028).
[34] Esto se fundamenta en que “si Dios es el
Único (Unus), todo lo que somos y todo lo que poseemos viene de él”.
[35] Cf. CCE 279 y 299.
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