martes, 26 de junio de 2018

Teología del Dios Uno



   La reduplicación del lenguaje ha sido explotada por R. Ferrara a tal punto, que la expresión “paradojas” forma parte del título de su libro.[1]
   Resumimos aquí un esquema que ayuda a pensar “lo Uno” de Dios y que consiste en cuatro paradojas que Ferrara propone en la “sección sistemática” de la Primera Parte de su obra:
   – La paradoja metafísica: Dios simple trasciende todo, Dios omniperfecto contiene todo.
   – La paradoja cosmológica: Dios trasciende y asume el espacio, el devenir, el tiempo y el número.
   – La paradoja gnoseológica y lingüística: Dios cognoscible es incomprensible e inefable.
   – La paradoja espiritual: Dios sabe todo, no quiere todo ni se quiere “omnipotente”.[2]
   Con lo cual, Ferrara refuerza lo propuesto por Salmann y completa lo que propondrá Lafont, al mostrar que la reduplicación del lenguaje y la paradoja se aplican también a “lo Uno” de Dios.
   Y, en cuanto a los equilibrios aplicados al conjunto de la reflexión sobre Dios, el libro de Ferrara tiene una factura exquisita. Pues en cada una de sus dos partes –dedicadas respectivamente a lo Uno y lo Trino– despliega dos secciones (una narrativa y otra sistemática); y, en cada una, hace el mismo “movimiento de vaivén”: de la Oikonomia a la Theologia, y desde la Theologia a la Oikonomia.
   Ante lo cual debemos decir que éste es el texto que muestra la estructura más equilibrada de todos cuantos hemos recorrido, dentro y fuera del segmento de tiempo que nos ocupa.[3]


1. La paradoja metafísica: Dios simple trasciende todo, Dios omniperfecto contiene todo.

Dios es espíritu y santo, diverso de todo lo creado,
Es absolutamente simple
No es el todo del mundo ni es parte del mundo

Dios es plenitud de ser y garantía de salvación
Infinito en perfección y bondad
Contiene toda perfección y bondad, la comunica por su bondad y la refleja por su belleza


 2. La paradoja cosmológica: Dios trasciende y asume el espacio, el devenir, el tiempo y el número.

Dios es inmenso y omnipresente
Dios es inmutable en su ser y en sus promesas
Dios es uno y único en su esencia, aún siendo Trino en Personas


 3. La paradoja gnoseológica y lingüística: Dios cognoscible es incomprensible e inefable.

En la escatología Dios será conocido en sí mismo, inmediatamente; aún cuando permanezca incomprehensible
En esta vida Dios es conocido y denominado por vía de analogía, aunque es inefable. Algunos nombres lo designan con propiedad, aunque de un modo deficiente.


4. La paradoja espiritual: Dios sabe todo, no quiere todo ni se quiere “omnipotente”.

Dios es Luz: es la sabiduría misma, autoconsciente y omnisciente
Dios es Amor: él ama necesariamente su bondad y ama libremente a sus creaturas
Dios puede hacer todo y sólo aquello que admite su sabiduría y su justicia



[1] R. Ferrara, El Misterio de Dios. Correspondencias y paradojas, Salamanca, 2005.
[2] Ibid., 174-342.
[3] El pensamiento “reduplicante” de R. Ferrara lo analiza C. M. Galli abarcando más aspectos que los propuestos aquí, en: “Pensar a Dios: Primero y Último; Máximo y Mínimo; Ser, Verdad, Amor; Padre, Hijo, Espíritu Santo. La teología sapiencial y teocéntrica de R. Ferrara”, en V. M. Fernández - C. M. Galli (Eds.), Dios es espíritu, luz y amor. Homenaje a Ricardo Ferrara, Buenos Aires, 2005, 31-130.

Dios Uno en el CCE (CCE 198-231).


3.1. Textos y análisis.

   El número que oficia de introducción general al Capítulo Primero nos dice:
   “Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es el Primero y el Ultimo (Is 44, 6), el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el Padre es la Primera Persona divina de la Santísima Trinidad. Nuestro símbolo se inicia con la creación del cielo y de la tierra, ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios.” (CCE 198).[1]
   Podemos ver aquí tres frases claramente destacadas. La primera se establece en la perspectiva de “Dios Uno”, que queda confirmada con una cita del AT, y con una referencia al “teísmo racional” al caracterizar a Dios como “Principio y Fin”.[2] La segunda frase entra en la perspectiva de “Dios Trino”. Finalmente, la tercera frase aborda de lleno la perspectiva económica. Con esto, se anticipan los párrafos que siguen: “Dios Uno” (CCE 199-231); “Dios Trino” (232-267); “El Todopoderoso” (268-278)  y “El Creador” (279-324).[3]


3.1.1. Creo en un solo Dios (CCE 200-202).

   Dentro de la temática de “Dios Uno”, lo primero que menciona el CCE es la unicidad de Dios,  fundándose en el inicio del Símbolo de Nicea-Constantinopla: “Credo in unum Deum”, dado que este atributo está ausente en el Símbolo de los Apóstoles.[4]
   El primer número de nuestro Título–CCE 200–  presenta los atributos divinos de la unidad y de la unicidad de su esencia: “Dios es Único (Unus): no hay más que un solo Dios: «La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por substancia y por esencia» (CR 1,2,2).”[5]
   Los dos números siguientes muestran lo que compete al atributo de la unidad en el Antiguo y en el NT, respectivamente. Así, mientras CCE 201 refuerza la presentación de la unidad divina con dos citas centrales del AT,[6] CCE 202 muestra que la revelación de la Trinidad no menoscaba la unidad divina:
   “Jesús mismo confirma que Dios es «el único Señor» (Deum «unum Dominum» esse)... Deja al mismo tiempo entender que Él mismo es «el Señor» (Se Ipsum «Dominum» esse). Confesar que «Jesús es Señor» es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Único (in Unum Deum). Creer en el Espíritu Santo, «que es Señor y dador de vida», no introduce ninguna división en el Dios único (in Deum Unum)...”.[7]
   El Título concluye con una cita magisterial que recalca lo expuesto y sigue precisando el vocabulario dogmático pues, a la cita del CR anotada al final de CCE 200, se le aporta ahora la 

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