Probablemente,
uno de los elementos más sorprendentes de La Cabaña es
representar a Dios Padre como una mujer afroamericana. Esta representación ha
recibido críticas muy duras por parte de algunos teólogos evangélicos, no por
la representación concreta (mujer afroamericana) sino por la representación antropomórfica en sí misma.
No obstante, se pueden decir varias cosas al respecto. En primer lugar, dada la
postura general que tiene el protestantismo en relación con las imágenes
sagradas se entiende mejor la resistencia frente a una imagen de Dios Padre,
que –no obstante‒ no es rara en el mundo
cristiano: baste mencionar el famoso ícono de Rublev.
También en el cristianismo occidental encontramos pinturas de la Trinidad en
que el Padre es representado como un hombre más anciano que Jesús.
Además, el género literario del libro impide un dictamen rígido respecto de su
contenido: se podría decir que se trata del relato de una manifestación mística que sucede dentro de un sueño en una novela…
o sea: no es un manual de teología que pretende asentar unos conceptos “claros
y distintos”, sino un mundo simbólico
que intenta insinuar y conmover.
Y dentro de ese mundo simbólico específico la aparición de Dios Padre como una
mujer tiene otro sentido: la tremenda
historia de Mack con su padre necesita ser redimida, y la “idea de padre”
que tiene Mack necesita ser rectificada y enriquecida. Por eso, cuando Mack
logra reconciliarse con su padre humano, Dios Padre cambia su forma de
manifestación a una representación masculina.[1]
Yo creo que el autor de libro nunca ha leído
a Ghislain Lafont, pero con esta doble imagen complementaria logra una cierta “reduplicación del lenguaje”,[1] relativizando
ambas imágenes que no son otra cosa que modos de insinuarnos distintos aspectos
de un Dios que trasciende toda imagen y todo concepto. De hecho, esto se dice
explícitamente en el libro: “se trata de
combinar metáforas para ayudarte a no recaer fácilmente en tu condicionamiento
religioso” (p. 101).
Además, que la mujer sea afroamericana tiene otro efecto en relación a la
“purificación de las imágenes” que nos hacemos de Dios; pues si bien Mack sabía
que Dios no tenía sexo, “le avergonzó admitir para sí que todas sus visualizaciones de Dios eran muy
blancas y muy masculinas” (p. 102). Y respecto de la película, la figura de
esta mujer es la misma que le invitaba pastel cuando era niño y que era para el
pequeño Mack una referencia de amor, respeto y normalidad.
Por otra parte, si se profundiza un poco en el tema del antropomorfismo podemos
seguir exorcizando temores al respecto: la Biblia nos muestra que el hombre es teomorfo, pues ha sido
creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26s). Profundizando en esto Karl
Rahner y H. U. Von Balthasar en sus respectivas antropologías teológicas nos
han mostrado que la creación entera ‒y muy particularmente el hombre‒ ya están
pensados en relación a Cristo “desde antes de la creación del mundo”, como dice
el himno que inicia la Carta a los Efesios. Y por eso se puede
decir que la creación se diseña como la “gramática de la encarnación” en la
cual el Lógos podrá expresarse cuando se haga hombre: “la
naturaleza humana... es
desde el origen, el símbolo real constitutivo del Logos mismo... De tal modo
que se puede y hay que decir en una originalidad ontológica última: el hombre
es posible porque es posible la alienación ontológica del Logos”.[2]
Además: ¿se salvaría de una semejante
crítica de antropomorfismo la “parábola del padre misericordioso”? Allí se
representa a Dios Padre como un padre de familia que –al ver desde lejos a su
hijo menor que vuelve‒ se le conmueven las entrañas, corre, se echa sobre el cuello de su
hijo y lo llena de besos.[3]
También la palabra aramea Abbá (=Papá)
pertenece profundamente al mundo de lo humano: surge de los primeros balbuceos
de los niños más pequeños cuando comienzan a hablar; y “es en la vida
familiar de cada día donde se le llama abbá al
padre”.[4] Y
establecer esta palabra para hablar con Dios y de Dios es una originalidad de Jesús, pues “para la
sensibilidad judía habría sido una falta de respeto, por tanto algo
inconcebible, dirigirse a Dios con un término tan familiar. El que Jesús se
atreviera a dar ese paso significa algo nuevo e inaudito. El habló con Dios
como un hijo con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma
seguridad. Cuando Jesús llama a Dios Abbá nos revela cuál es
el corazón de su relación con él”.[5] Jesús nos propone una comunidad en que
la fraternidad es el elemento esencial: "Todos
ustedes son hermanos" (Mt 23,8), y en la cual el don de sí mismo a los
demás es la clave de la comunión (Mt 20, 25-28; 23, 11; Jn 13, 1-17).
Se puede decir que ese clima familiar,
cálido, confiado, distendido se logra en La Cabaña, presentando una tranquila cabaña cuya chimenea deja
escapar suavemente el humo, y de la cual surgen ricos aromas de pasteles
horneados por una amorosa y compasiva mujer, que tiene fuertes rasgos
maternales.[6]
Para el tema particular de las “llagas
del Padre” (pp. 104 y 177) que representan la com-pasión de Dios en la
pasión de su Hijo, baste recordar que ya hace más de treinta años que San Juan
Pablo II nos mostró “en Dominum
et vivificantem, la más trinitaria de sus encíclicas” unas “avanzadas especulaciones que presentan al Espíritu
«introduciendo el sacrificio del Hijo en la divina realidad de la comunión
trinitaria (DVi 41a)»“.[7]
Y con esto volvemos al tema de la
paradoja, que es esencial al equilibrio del pensamiento teológico cristiano. La
paradoja no es una contradicción (círculo cuadrado) sino la contemplación
de dos verdades sobre Dios que –vista cada una en sí misma‒ vemos que
corresponden a Dios pero que –cuando queremos sintetizarlas en una
contemplación única‒ nuestro pobre espíritu limitado se ve desbordado por la
infinitud de Dios. O, dicho de otro modo: la paradoja nace de la convicción
de que todas las perfecciones deben existir en Dios, aunque nuestra pobre mente
no pueda compatibilizar su coexistencia. Que Dios sea, al mismo tiempo,
infinitamente perfecto (lo cual incluye el atributo clásicamente denominado
“inmutabilidad divina”) e infinitamente amoroso y compasivo nos parece
correcto; pero poder conciliar “inmutabilidad y compasión” queda más allá de
nuestra contemplación terrena.
[1] La
representación del libro es un hombre blanco anciano “parecido a Gandalf en El
Señor de los Anillos”, como se lo había imaginado Mack en su conversación con
Willy, antes de ir a la cabaña. En la película se elige al actor iroqués Graham
Greene que tiene cierto parecido con Octavia Spencer… y no es blanco (para no
recaer en una mirada “supremacista”).
[1] G.
Lafont, Peut-on connaitre Dieu en Jésus-Christ?, Paris, 1969,
126-130.
[2] A.
Cordovilla, Grámatica de la Encarnación: La creación en Cristo en la teología
de K. Rahner y Hans Urs von Balthasar, Madrid, 2004, 125. Todo el
texto de Cordovilla ronda estas ideas. Puede verse al respecto el resumen que
hago de este libro en el Tomo II de mi tesis de doctorado (pp. 123-128).
[3] La
conmoción de las entrañas se expresa en el texto griego con el significativo
verbo splagjnidzomai. El mismo verbo también se aplica al rey
-que representa al Padre- en la parábola de Mt 18, 23ss: véanse los vv. 27 y
35.
[4] J.
Jeremías, Abbá. El mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca,
Sígueme, 2005, pp. 66ss. La cita es de la p. 68. Esto se corresponde con lo que
Mack experimenta en la cabaña: “algo simple, cálido, íntimo, genuino; algo
sagrado” (p.117).
[5] [5] J.
Jeremías, Abbá, p. 70.
[6] Para
el amor de Dios en clave maternal (y más que maternal) véase: Isaías 49, 14-15.
[7] R.
Ferrara, Misterio de Dios, Correspondencias y paradojas, Buenos Aires, 2005, p. 456.
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