2.1. Texto y análisis.
2.1.1. “En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo” (CCE 232-237).
El título comienza refiriéndose a la
liturgia bautismal, tanto en referencia a la “triple pregunta que pide” al
bautizando “confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu”, cuanto al
rito esencial en el cual “los cristianos son bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo» (Mt
28,19)”. Todo esto se corona con una frase de San Cesáreo, que destaca el
carácter de fundamento que tiene la fe en la Trinidad (CCE 232).[2]
A continuación, CCE 233 aprovecha la
profesión de fe del Papa Vigilio para manifestar –ya desde esta frase esencial–
“lo Uno” y “lo Trino” del misterio del Dios cristiano: “lo Uno” en la palabra
“nombre” puesta en singular; “lo Trino” en la mención de las Tres Personas
divinas.[3]
Según nuestro parecer, CCE 234 es el número
más solemne del CCE, diseñado con palabras tan contundentes, que casi invita a
ponerse de pie para escucharlo.[4] Aquí el
CCE nos dice que el misterio de la Santísima Trinidad
es:
– “el misterio central de la fe y de la vida
cristiana”: con una metáfora “local” se establece la importancia del misterio
de la Trinidad ,
que es “central”; y no sólo para la fe, sino también para la vida cristiana.
– “el misterio de Dios en sí mismo”: con
cuya manifestación alcanza su cumbre la autorrevelación que Dios hace de Sí, a
la humanidad.
– “la fuente de todos los otros misterios de
la fe”: por tanto, todos los demás misterios dimanan de este misterio de la Trinidad.
– “la luz que los ilumina”: y por ello todo
otro misterio de la fe y de la vida cristiana sólo se termina de manifestar
–tanto cuanto es posible en este mundo– bajo la luz suprema que irradia la Santísima Trinidad.[5]
– “la enseñanza más (maxime) fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe»”: de nuevo se insiste en la importancia
suprema del misterio de la Santísima Trinidad –apelando ahora al principio
de la “jerarquía de las verdades” que había enunciado UR 11– lo cual le da un
cariz categórico a las afirmaciones que se hacen.[6]
Y, este número concluye con otra cita del
DCG que resume en una sola frase “toda la historia de la salvación”, que no es
otra cosa que la acción de la
Trinidad que “se revela, reconcilia consigo a los hombres...
y se une con ellos”.
Finalmente, los tres números que siguen
–cada uno a su modo– complementan esta presentación.
CCE 235 expone el esquema que se seguirá en
este Párrafo 2.[7] La lógica general del Párrafo 2 que se presenta
en este número es nítida: el primer título es una presentación general; el
segundo título es la “sección analítica” o “positiva”; el tercer título es la
“sección sintética”; y el cuarto título completa esta sección sintética con el
tema particular de las misiones divinas.[8]
CCE 236 –todo él un número en “letra
pequeña”– puntualiza la distinción patrística entre “Theologia” y “Oikonomia”
y muestra la circularidad existente entre ambas, ejemplificándola con lo
“Los Padres de la Iglesia distinguen entre
la «Theologia» y la «Oikonomia», designando con
el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el
segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por
la «Oikonomia» nos es revelada la «Theologia»; pero inversamente (sed, e contra),
es la «Theologia», la que esclarece toda la «Oikonomia». Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente (et e contra), el misterio de su Ser
íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede, analógicamente,
entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y a medida que
conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar”.
Como
vemos, aunque el texto insiste en una cierta circularidad existente entre la “Theologia” y la “Oikonomia”; no obstante, nunca pone “viceversa”.[10]
Y CCE 237 nos recuerda que “la Trinidad es un misterio
de fe en sentido estricto” que no puede ser conocido sino por revelación
divina, tal como había establecido el Concilio Vaticano I. Pues, si bien
“Dios... ha dejado huellas (vestigia)
de su ser trinitario (Esse trinitarii)
en su obra creadora y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento”,[11] aún así “la intimidad de su Ser como Trinidad
Santa (intimitas Eius Esse, ut Sanctae
Trinitatis), constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a
la fe de Israel antes de la
Encarnación del Hijo de Dios y el envío (missionem) del Espíritu Santo”.
2.1.2. La revelación de Dios como Trinidad (CCE
238-248).
PR 1050 comenzaba esta sección diciendo
“Dios es llamado Padre en cuanto creador del mundo (cf. Mal 2,10)”. A pesar de
la cita del AT, la afirmación parecía tener un alcance general –para toda la
humanidad–, pues la frase siguiente especificaba su campo de aplicación
diciendo: “También es llamado Padre por su pueblo Israel...”. CCE 238, en
cambio, es más claro y explícito, introduciendo de lleno la perspectiva general
con dos frases que no existían en el PR: “La invocación de Dios como «Padre» es conocida en muchas religiones. La
divinidad es con frecuencia considerada como «padre de los dioses y de los hombres»”.[13]
Después de esta primera perspectiva general,
CCE 238 ingresa dentro del campo propio del AT: “En Israel, Dios es llamado
Padre en cuanto Creador del mundo”.[14] Pero la idea central es la siguiente: “Pues aún
más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su «primogénito» (Ex 4,22)”.[15] Dos ideas completan la perspectiva,
mostrando una especial solicitud de la paternidad divina en relación con el
rey, y “muy especialmente «el
Padre de los pobres», del
huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa”.
Con todo esto, vemos que CCE 238 es un número
amplio y rico, pues contiene cinco ideas. La primera –más general– sobre la
paternidad divina que aparece en “muchas religiones”; y las otras cuatro ideas,
sobre la paternidad de Dios en el AT: en cuanto creador; en virtud de la alianza;
Padre del rey; Padre de los pobres.[16]
CCE 239 –número expresado en “letra pequeña”
y que no tenía precedente en el PR– especifica “el lenguaje de la fe” en lo que
se refiere al uso de la expresión “Padre” aplicada a Dios. Nos dice que con
esta designación se indican “principalmente dos aspectos: que Dios es origen
primero de todo y autoridad trascendente y que es al mismo tiempo bondad y
solicitud amorosa para todos sus hijos”. El primer aspecto nos habla de la Omnipotencia del Dios
Padre; el segundo, de su Amor. Con lo cual vemos reaparecer aquí los aspectos
complementarios de lo “tremendum et
fascinans” que vimos antes.[17] Y,
prolongando esta última idea, se dice que “esta ternura paternal de Dios puede
ser expresada también mediante la imagen de la maternidad...” (con dos
referencias bíblicas –Is 66, 13 y Sal 131, 2– que comparan el amor de Dios con
la experiencia humana del amor materno). Pero enseguida el número pasa de la
comparación entre lo divino y lo humano, a la purificación de esa comparación,
indicando que “los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la
imagen de la paternidad y de la maternidad”.[18] Con lo cual, se alcanza una visión de eminencia
del amor divino, expresada con palabras categóricas: “Conviene recordar,
entonces, que Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre
ni mujer, es Dios. Trasciende también la paternidad y la maternidad humanas,
aunque sea su origen y medida: Nadie es padre como lo es Dios”.[19]
CCE 240 –tomando palabras de la tercera
frase de PR 1050– lo reelabora, y comienza la perspectiva neotestamentaria
indicando que: “Jesús ha revelado que Dios es «Padre» en un sentido nuevo (inaudito): no lo es sólo en cuanto Creador, es eternamente Padre
en relación a su Hijo Único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su
Padre”. Y completa su exposición con una cita expresa de Mt 11, 27, logion clave del NT en relación a este
tema.[20] Como vemos, CCE 240 continúa el hilo que se
venía desarrollando en CCE 238, aunque haciendo un nexo más débil que lo
posible, pues sólo alude al aspecto de “Creador” que en ese número no era el
más importante. No obstante, es suficiente para que el hilo de la argumentación
sea nítido.[21]
En nuestro Párrafo 2 sobre el misterio
trinitario, este CCE 240 es el único número que tuvo una corrección en la editio typica de 1997 –que es la que
hemos citado recién– en relación con el texto publicado en 1992, que decía:
“Jesús ha revelado que Dios es Padre en un sentido nuevo... es eternamente
Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente
sólo es Hijo en relación a su Padre”. Aquí aparecía un “recíprocamente”, que ha
sido sustituido por la expresión: “el cual eternamente es Hijo”. Esta
corrección fue pertinente porque “en el acto de generar... no hay reciprocidad:
el Padre genera al Hijo, pero este no puede generar al Padre”.[22]
CCE 240 es sucinto en su presentación, pues
en pocas líneas –y con una sola cita bíblica– dio por cumplido el cometido de
aludir a las tradiciones sinópticas; pasando en CCE 241 –que también es un
número breve– a textos que corresponden a las fases finales de la composición
del NT. No obstante su brevedad, el número es rico, pues sus tres citas
bíblicas ayudan a profundizar en la identidad de Jesús, desde tres
perspectivas.[23] Desde el Evangelio según San Juan se nos aporta
el concepto de “Verbo de Dios”; desde la Carta a los Colosenses, el de “Imagen de Dios”;
finalmente la Carta
a los Hebreos nos habla del Hijo, en relación con el Padre como “el resplandor (splendor) de su gloria y la impronta (figura) de su esencia”.[24] Como sabemos, detrás de
estos himnos neotestamentarios sobre el Hijo subyacen textos sapienciales del
AT que hablan de la
Sabiduría divina.[25] Y, si bien se profundiza en la identidad del
Hijo, también se nos conduce a una contemplación más honda del misterio de la Trinidad , aunque todavía
en relación sólo a las dos primeras Personas.
CCE 242 pasa de la perspectiva bíblica, al
desarrollo llevado a cabo por el Magisterio. Comienza insistiendo en la
continuidad entre ambas instancias: “Después de ellos, siguiendo la tradición
apostólica...”.[26] Y, en seguida, vienen las citas de los dos
primeros Concilios Ecuménicos: “...la Iglesia confesó en el año 325 en el primer
Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es «consubstancial» al Padre (consubstantialem
Patri), es decir, un solo Dios con él (unum
Deum cum Illo). El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en
el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y
confesó «al Hijo Único (unigenitum) de Dios, engendrado (natum) del Padre antes de todos los
siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado (genitum, non factum), consubstancial al
Padre»”.[27]
En conclusión, este primer subtítulo,
arrancando desde la invocación de Dios como “Padre” en las religiones
naturales, y pasando por la revelación del AT –en la cual Dios aparece como
Padre en cuanto Creador pero, sobre todo, en virtud de la Alianza – se llega a la
revelación plena del NT, en la cual Jesús nos revela la Paternidad divina
intratrinitaria, revelándose también Él como Hijo eterno del eterno Padre (CCE
238-240). Por eso, los escritos apostólicos inspirados profundizan en la
identidad del Hijo, mostrándolo también como “Verbo”, “Imagen”, “Resplandor” e
“Impronta” del Padre (CCE 241). Y, en continuidad con ellos, el Magisterio de
la Iglesia, precisa el vocabulario y la reflexión, confesando «al Hijo Único (unigenitum) de Dios, engendrado (natum) del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado (genitum, non factum), consubstancial al Padre (consubstantialem Patri)»” (CCE 242).
2.1.2.2.
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu (CCE 243-248).
La primera frase de este subtítulo pone al
Espíritu Santo en relación con el Hijo, desde una perspectiva económica: “Antes
de su Pascua, Jesús anuncia el envío de «otro Paráclito» (Defensor), el Espíritu Santo”.[28] Establecida esta relación, el resto de los
dos primeros números nos presenta la
Persona del Espíritu Santo desde un enfoque bíblico,
explicitado en algún punto por el Credo de Nicea-Constantinopla:
“Este [el Espíritu Santo], que actuó ya en
la Creación,[29] y «por los profetas» (et postquam «locutus est per Prophetas»),
estará ahora junto a los discípulos y en ellos, para enseñarles y conducirlos
«hasta la verdad completa» (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como
otra persona divina con relación a Jesús y al Padre” (CCE 243).
Comenzando por el AT y culminando con la
recién enunciada teología joánica sobre el Paráclito, también aquí sobresale la
perspectiva económica, en la cual el Espíritu aparece como “revelado” (por
Jesús) y “revelador” (en cuanto nos “enseña” y “conduce hasta la verdad
completa”). No obstante, la última frase citada
decanta una primera conclusión, que se orienta hacia la Theologia.
Esto lo retoma la primera frase de CCE 244:
“El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal”; frase que
devuelve el discurso a la perspectiva económica:
“El
Espíritu Santo es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre
en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al
Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús,
revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad”.
De este modo, vemos que el CCE va diseñando
un esquema circular –o de vaivén–, que finalmente retornó –al final del número–
a la perspectiva de la Theologia.
Por otra parte, cuando consideramos el
desarrollo que ha tenido la exposición desde CCE 240 hasta aquí, vemos que el
CCE ha hecho una opción por una “teología ascendente” que, partiendo de Jesús y
su reconocimiento como Hijo y “Señor inicia un proceso... que desemboca
necesariamente en la confesión explícita de la Trinidad”.[30]
Después de estos dos números con impronta
bíblica –y de modo paralelo a lo que ya hizo en el subtítulo anterior– el CCE
pasa a exponer el desarrollo del dato bíblico, en el subsiguiente Magisterio de
la Iglesia. En
este sentido, CCE 245 presenta un tejido filigranado de citas magisteriales,
que mantienen un delicado equilibrio. El número comienza y termina citando
sendas frases del Concilio Ecuménico Constantinopolitano I, pero intercala en
medio de ellas dos citas de Concilios Toledanos. Las cuatro citas –con sus
contextos propios– quedan entonces dispuestas así:
– “La
fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio
Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: «Creemos en el Espíritu Santo, Señor
y dador de vida, que procede del Padre»”.
– “La
Iglesia reconoce así al Padre como «la fuente y el origen de toda la
divinidad»”.[31]
–
“Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del
Hijo (Aeterna tamen Spiritus Sancti origo
sine nexu cum illa Filii non est): «El Espíritu Santo, que es la tercera
persona de la Trinidad, es Dios (credimus
esse Deum), uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma substancia y
también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del
Padre, sino a la vez el Espíritu del Padre y del Hijo»”.[32]
[33]
– “El
Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: «Con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración y gloria (simul
adoratur et conglorificatur)»”.[34]
De este modo, se conserva la versión más antigua del Credo de Nicea-Constantinopla
–es decir, sin el “Filioque”, que ni
siquiera es mencionado en este número– y, al mismo tiempo, se presentan
precisiones posteriores en relación con la procesión de la Persona del Espíritu.
Como se puede observar, la dos primeras
frases recalcan “en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por
relación al Espíritu Santo”, mientras que la tercera acentúa “en primer lugar
la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo” de quienes procede el
Espíritu, como dirá CCE 248.
Después de haber mostrado la enseñanza del
Constantinopolitano I, CCE 246 avanza sobre “la tradición latina del Credo”,
cuya exposición estaba preparada desde el número anterior con sus citas de los
Concilios de Toledo.[35] Aquí
sí aparece la mención del “Filioque”,
explicada con una larga cita del Concilio Florentino:
“El
Espíritu Santo tiene su esencia y su ser (esse
subsistens) a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del
Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración... Y
porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al
engendrarlo, a excepción de su ser de Padre (praeter
esse Patrem), esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo,
éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente”.[36]
De este modo, CCE sigue guardando el equilibrio, pues la primera parte de
la cita subraya la “comunión consustancial entre el Padre y el Hijo”, mientras
que la segunda parte subraya “el carácter de origen primero del Padre por
relación al Espíritu Santo”.
Finalmente CCE 247 y 248 –dos números en “letra pequeña”– traen precisiones
de índole histórica y doctrinal, respectivamente.[37]
CCE 247 comienza concediendo que: “La
afirmación del Filioque no figuraba
en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla”, frase que no existía en
el PR. Y sigue, aclarando que el Papa San León había ya confesado el Filioque, antes que Roma conociese el
símbolo del año 381.[38] El PR
tampoco mencionaba una “tradición alejandrina” que aparece aquí, y que es
caracterizada – en un documento del Consejo pontificio para la unidad de los
cristianos, del año 1995– como “una teología análoga [a la latina que] se había
desarrollado en Alejandría a partir de San Atanasio”.[39]
Continúa CCE 247 mencionando la progresividad
(“poco a poco”, “pedetentim”) con que
el Filioque fue “admitido en la
liturgia latina”. Y concluye aceptando que: “La introducción del Filioque (verbi Filioque) en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina
constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia (dissensionem) con las Iglesias ortodoxas”.[40]
CCE 248, por su parte, quiere cerrar
la cuestión del Filioque con el mismo
equilibrio que se vino manifestando en los números anteriores. Con la frase que
ya citamos un par de veces, se indica que subrayar “en primer lugar el carácter
de origen primero del Padre con relación al Espíritu Santo” o subrayar “en
primer lugar la comunión consustancial entre el Padre y el Hijo” en relación a
la procesión del Espíritu Santo, es sólo una cuestión de acentos pues, “esta
legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la
fe en la realidad del mismo misterio confesado”.[41]
Si se lo asume de este modo, es lícito
enunciar la fe tanto diciendo que “el Espíritu procede del Padre por el Hijo (a Patre per Filium)”,[42] cuanto diciendo que “procede del Padre y del Hijo (ex Patre Filioque)”. Para respaldar esta expresión el CCE trae
tres citas de Concilios Ecuménicos (posteriores al cisma de oriente): dos citas
del Concilio Florentino, y otra del Concilio de Lyon II. En ellas se nos dice
que esta expresión de la tradición latina es “legítima y razonable” (DS 1302).
Y, de nuevo, se mantiene el equilibrio indicando que, por un lado, es cierto
que “el Padre [es] el origen primero del Espíritu Santo, en tanto que [es]
«principio sin principio» (DS 1331)”, y, por otro lado, también es cierto que “en cuanto Padre del Hijo Único,
[es] con él «el único principio del que procede el Espíritu Santo (sed etiam, quatenus Filii unici est Pater,
cum Illo unicum esse principium ex quo, «tamquam ex uno principio)» (DS
850)”.
Del mismo modo que CCE 232-233 comenzaban el
segmento trinitario refiriéndose al bautismo, CCE 249 –donde comienza “la
síntesis” sobre la Trinidad ,
dentro de este segmento trinitario–vuelve a remitir a este sacramento, en su
relación con el misterio de la Divina Trinidad : “La verdad revelada de la Santísima Trinidad
ha estado desde los orígenes en la raíz (in
radicibus) de la fe viva de la
Iglesia , principalmente en el acto del bautismo”. Y,
–ampliando la perspectiva casi sólo lingüística que traía el PR– CCE agrega aquí una frase propia:
“Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la
predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia”. El número concluye
textos del NT, donde aparece la Trinidad.
CCE 250 muestra las dos motivaciones que
impulsan la reflexión cristiana sobre la Revelación divina, en este caso –claro está–
aplicado al misterio de la
Trinidad , en su contexto histórico: “Durante los primeros
siglos, la Iglesia
formula más explícitamente (modo magis
explicito, enuntiare studuit) su fe trinitaria tanto para profundizar (altius penetraret) su propia
inteligencia de la fe, como para defenderla contra los errores que la
deformaban”.[45] Ahondar en la contemplación y en la inteligencia
del misterio, es una motivación permanente e inherente a la fe y la vida
cristiana, que llena el espíritu de luz y de vida.[46] Defender la fe de los errores que la deforman,
no es necesariamente una situación permanente... aunque sí lo es “pensar la
fe”, para anunciarla mejor a los demás; de este modo, estas dos motivaciones podrían ser la “especificación para
el teólogo” del doble mandamiento del amor de Jesús (cf. Mt 22, 34ss): amor a
Dios y amor al prójimo.
La segunda frase de CCE 250 –que no tiene
precedente en el PR– precisa los actores concretos de esta labor de “la Iglesia ”: “Esta fue la
obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres
de la Iglesia
y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano”. A continuación, CCE
251 y 252 se concentran en la cuestión lingüística.
CCE 251 –que es un número en “letra
pequeña”– aclara el origen de la terminología del dogma trinitario, y su
relación con la filosofía. En este sentido nos dice que: “Para la formulación
del dogma de la Trinidad ,
la Iglesia
debió crear (evolvere) una terminología
propia con ayuda de nociones de origen filosófico...”.[47] Y, para disolver una acusación que ha resonado
más de una vez, el CCE aclara: “Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría
humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente (inauditum), a estos términos destinados también a significar en
adelante un Misterio inefable, «infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida
humana (infinite omne id superat, quod
nos modo humano intellegere possumus)».[48]”
CCE 252, por su parte, presenta las tres
palabras clave de la síntesis del dogma trinitario:
“La Iglesia utiliza el término (vocabulo) «substancia» (traducido a
veces también por «esencia» o por «naturaleza») para designar
el ser (Esse) divino en su unidad; el
término «persona» o «hipóstasis» para designar
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el
término «relación» para designar el hecho de que su distinción
reside en la referencia de cada uno a los otros.”
De este modo, con los vocablos “substancia”,
“persona” y “relación” se resume la formulación del dogma trinitario, junto con
los otros vocablos que aquí son sus sinónimos.[49]
Por otra parte, el contenido de este número
–con sus tres incisos– también oficia de introducción a lo que se desplegará,
respectivamente, en los tres números siguientes.
b)
El dogma de la
Santísima Trinidad (CCE 253-256).
El subtítulo anterior –a pesar de pertenecer
a “la síntesis” de este Párrafo sobre la Trinidad – mantenía una perspectiva diacrónica,
manifestada incluso en su título. En cambio, este subtítulo es “la síntesis de
la síntesis” sobre la Santísima Trinidad en el CCE. Aquí, CCE 253 comienza exponiendo lo Uno en la Trinidad :
“La Trinidad es una.[50]
No confesamos tres dioses sino un solo Dios (Unum
Deum) en tres personas: «la Trinidad consubstancial».[51]
Las personas divinas no se reparten (dividunt)
la única (unam) divinidad, sino que
cada una de ellas es enteramente Dios (est
Deus totus): «El Padre es lo mismo que es el Hijo (ipsum sit Pater quod Filius), el Hijo lo mismo que es el Padre, el
Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios (Unus Deus) por naturaleza».[52] «Cada
una de las tres personas es esta realidad (res),
es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina».[53]”
Afirmando que “la Trinidad es Una”,
comienza excluyendo un craso triteísmo –”no confesamos tres dioses”– y plantea
lo propio del Cristianismo, a saber, el monoteísmo trinitario: “un solo Dios (Unum Deum) en tres personas: «la Trinidad consubstancial»”.[54] Esta
consustancialidad implica que “las
personas divinas no se reparten (dividunt) la única (unam) divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios (est Deus totus)”. Y con esta
última afirmación se descarta también el subordinacionismo.[55]
El número concluye con otras dos citas
magisteriales. En la primera –del Símbolo
del Concilio Toledano XI, del año 675– se nos dice que el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo son “lo mismo”,[56] es decir, “un solo Dios (Unus Deus)
por naturaleza”. Y se corona la exposición de este número con una frase del
Lateranense IV que no deja margen para el error: “Cada una de las tres personas es
esta realidad (res), es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina”.
A continuación, CCE 254 expone lo Trino del
Misterio divino:
“Las
personas divinas son realmente distintas entre sí. «Dios es único pero no solitario» («Colimus et confitemur: non sic unum Deum, quasi
solitarium»).[57]
«Padre», «Hijo», «Espíritu Santo» no son simplemente nombres que designan modalidades
del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: «El que es el Hijo no es
el Padre (non enim Ipse est Pater qui Filius), y el que
es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo».[58] Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: «El Padre es quien
engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede».[59] La
Unidad divina es Trina (Divina Unitas est Trina).” (CCE 254).
Con una estructura calcada sobre el número
anterior, CCE 254 entreteje tres citas de fuentes semejantes o idénticas a las
de CCE 253: un texto de los primeros siglos –aquí, de la “Fides Damasi”; allá había sido del Constantinopolitano II–, una
cita del Toledano XI y una cita del Lateranense IV.[60]
Comienza con un título que dice: “Las personas divinas son realmente
distintas entre sí”. Enseguida se cita una clarificadora frase de la “Fides Damasi”, señalando que lo “Uno”
de Dios no implica confesar una sola Persona divina solitaria, pues “Dios es
Uno, pero no en el sentido de solitario”.[61]
A continuación, aparecen entrecomillados los
nombres de las Personas divinas,[62] para
indicar enseguida que “no son simplemente nombres”. No se trata de meras
“modalidades del ser divino” (aludiendo claramente al modalismo), pues el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo “son realmente distintos entre sí”. Y se lo
confirma con una frase del Concilio Toledano XI, que es paralela a la de CCE
253: si bien –como se decía allí– el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son “lo mismo”, aquí se completa la
perspectiva diciendo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son “El
mismo”. Finalmente se indica la razón de esta distinción real: “son
distintos entre sí por sus relaciones de origen”,[63]
y se ilustra esto con la última cita magisterial: “El Padre es quien engendra,
el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”.[64]
Y se corona la exposición con la frase
final: “La Unidad
divina es Trina”, frase que cierra un círculo con la primera frase del número
anterior: “Trinitas est Una” – “Divina
Unitas est Trina”.
A continuación, CCE 255 desarrolla lo que exponía la última frase del
número anterior, a saber, las relaciones divinas:
“Las personas divinas son relativas unas a
otras. La distinción real de las personas entre sí, puesto que no divide la
unidad divina, reside (consistit)
únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: «En los nombres
relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al
Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas
tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o
substancia».[65] En
efecto, «todo es uno (en ellos) donde no existe (ubi non obviat) oposición de relación».[66]
«A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu
Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu
Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo».[67]“
(CCE 255).
Otra vez el CCE compone su discurso
entrelazando tres citas magisteriales. Aquí aparece una vez más –como en los
dos números anteriores– una frase del Símbolo
del Toledano XI; y luego dos frases del Concilio Florentino, ambas tomadas
del mismo Decretum pro Iacobitis.
La frase que oficia de título también se
centra en las Personas divinas, como lo hacía la frase paralela del número
anterior. Allá afirmaba la distinción real entre Ellas, aquí se afirma que “son
relativas unas a otras”.[68] En la Trinidad hay “distinción
real” pero no “división”: “Distinctio
realis Personarum inter Se... in relationibus solummodo consistit quibus aliae
ad alias referuntur”. Aquí el CCE se acerca a una definición de “Persona
divina”, semejante a la definición de Santo Tomás, citada en la nota anterior.
Pero en esta frase del CCE el sujeto no es “Persona”,
sino “distinctio”. Por eso, esta
frase es –más bien– un acercamiento a una definición, que una definición en sí
misma.[69]
A continuación, la cita del Toledano XI se
centra en “los nombres de las personas”, y sobre todo en su carácter
“relativo”.[70] Allí
se nos dice que, en esos “nombres relativos” cada Una de las Personas es
referida a las Otras;[71] y, al
mismo tiempo –conservando el exquisito equilibrio propio de este Símbolo
Toledano– “se cree en una sola naturaleza o substancia”.
La razón de esto, la aporta la frase del
Concilio Florentino que sigue a continuación: “En efecto, en Ellas «todo es uno
donde no existe (ubi non obviat)
oposición de relación».[72]” [73]
Y la segunda frase del Florentino con que
concluye nuestro número, conjuga la dogmática con la mística: “Propter hanc unitatem Pater est totus in
Filio, totus in Spiritu Sancto; Filius totus est in Patre, totus in Spiritu
Sancto; Spiritus Sanctus totus est in Patre, totus in Filio”. De este modo
se nos muestra cómo la consustancialidad también es inmanencia mutua de las
Personas, comunión, perijóresis, circumincessio, circuminsessio.[74]
El aspecto místico que ya aportaba la última
frase del número anterior, termina de florecer en CCE 256. El CCE gusta de
coronar las exposiciones dogmáticas mostrando su dimensión mística. Ya lo hizo
al final del Párrafo 1, que versaba sobre “Dios Uno” –en aquella ocasión con
una oración de Nicolás de Flüe y el famoso estribillo del poema de Santa
Teresa–,[75] lo
hace aquí –con las oraciones del Nacianceno e Isabel de la Trinidad – y lo seguirá
haciendo.[76] En
particular, las dos piezas que se citan aquí –cerrando el Párrafo 2– coinciden
en tener una alta densidad dogmática y espiritual, y se complementan en cuanto
pertenecen a un Santo Padre antiguo y una santa religiosa moderna.
La primera cita es de la Oración 40, de San Gregorio de Nacianzo, “el
Teólogo“, y hace que el CCE cierre en un contexto bautismal, lo que había
iniciado con un contexto bautismal. Pues, así como CCE 232 y 249 comenzaban sus
respectivas exposiciones refiriéndose a la Trinidad en el contexto del bautismo, aquí se nos
consigna un “resumen (compendium) de
la fe trinitaria” que el santo Obispo “confía” a sus “catecúmenos”, poco antes
de bautizarlos. Y, en la segunda parte de este texto la mirada del Santo Obispo
se eleva a la contemplación de la
Trinidad en la eternidad,[77]
y concluye dando testimonio de la pequeñez humana ante la Santísima Trinidad...
pero también dando testimonio del disfrute humano ante su Misterio: “me baña
con su esplendor... me posee de nuevo”.[78]
En su concisión, CCE 256 repasa lo dicho en
los tres números anteriores. Pues en esta oración:
1. Se afirma –como en CCE 253-254– que la Trinidad es Una y que la Unidad divina es Trina: “una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres
de una manera distinta” (quae in Tribus
coniunctim invenitur, et Tria divisim comprehendit).
2.
Se elimina –como en CCE 253– todo triteísmo y subordinacionismo: “Divinidad sin
distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado
inferior que abaje”.
3.
Se afirma –como en CCE 253 y 255– la consustancialidad de las Tres Personas, y
también su mutua inmanencia y su comunión: “Es la infinita connaturalidad de
tres infinitos... (Trium infinitorum, infinitam
coniunctionem).[79] Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los Tres
considerados en conjunto...”
Por otra parte, esta oración también
recapitula “lo Uno y lo Trino” que se había planteado al principio del Párrafo,
en CCE 232-233 y recuerda la centralidad del Misterio trinitario que CCE 234: “No he comenzado a pensar en la
Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he
comenzado a pensar en la
Trinidad cuando ya la Unidad me posee de nuevo...”. [80]
Y toda esta riqueza, además, ungida con la
belleza –la gracia– del contexto bautismal, la energía del testimonio cristiano
y la grandeza de la contemplación mística. Un verdadero broche de oro. [81]
2.1.2.4.
Título IV. Las obras divinas y las misiones trinitarias (CCE 257-260).
El título indica una distinción necesaria
desde el ordo inventionis. Pues –si
bien todas las obras divinas ad extra
son trinitarias–[82] no obstante, nosotros supimos esto después de
los envíos del Hijo y del Espíritu.
Comienza diciendo CCE 257:
“«O
lux beata Trinitas et principalis Unitas!» («¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y
unidad esencial!»).[83] Dios
es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso (indeficiens). Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente
(libere) la gloria de su vida bienaventurada. Tal es
el «designio benevolente (beneplacitum Eius)» (Ef 1,9) que
concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, «predestinándonos a
la adopción filial en él (praedestinavit
nos in adoptionem filiorum per Iesum Christum)» (Ef
1,4-5),[84] es
decir, «a reproducir la imagen de su Hijo (praedestinavit conformes fieri imaginis Filii
Eius)» (Rm 8,29), gracias al (per) «Espíritu de adopción filial» (Rm 8,15). Este designio (consilium) es una «gracia dada antes de todos los siglos» (2 Tm 1,9-10),[85] nacido
(procedens) inmediatamente del amor trinitario. Se
despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación
después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación
es la misión de la Iglesia (in missionibus Filii et Spiritus quas missio
continuat Ecclesiae). [86]”
Comienza el texto con una antífona litúrgica
que integra “lo Uno” y “lo Trino”,[87]
y esto establece un nexo con el texto anterior del Nacianceno, que se enmarcaba
en la liturgia bautismal y se embelesaba en la contemplación simultánea de “lo
Uno” y “lo Trino”. Enseguida se caracteriza a Dios con tres frases construidas
de modo paralelo: un sustantivo –beatitud, vida, luz– con su adjetivo –eterna,
inmortal, indeficiens–.[88] Se podría decir –en relación con la antífona citada en primer lugar– que
esta descripción se hace desde la perspectiva de la “Unitas”, mientras que la frase siguiente contempla la “Trinitas”, pues dice: “Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo”. De este modo, estas tres
primeras frases muestran una sólida construcción, y están en continuidad con el
texto anterior de San Gregorio de Nacianzo, pues contemplan a la Trinidad desde la
perspectiva de la Theologia..
A continuación –y prolongando hacia la Oikonomia el hecho de que “Dios es amor”– se
considera la comunicación que Dios quiere hacer “libere” de “la gloria de su vida bienaventurada (vitae beatae)”. Vemos así, que el tema
de la felicidad divina –mencionado dos veces en las frases anteriores– se
prolonga aquí a la dimensión económica de su comunicación. Además, el pasaje de lo inmanente a lo
económico se refuerza porque las tres frases que aparecen después de la
antífona inicial, todas ellas comienzan “Dios” considerado –sucesivamente– desde
la perspectiva de “lo Uno”, la perspectiva de “lo Trino” –todo esto, siempre
contemplando la eternidad– y la tercera pasa a la economía salvífica.
Con cinco citas bíblicas –todas de origen
paulino– se entreteje la exposición. Las cuatro primeras citas aparecen juntas
en una sola y larga frase, cuyo sujeto hay que buscarlo en la frase anterior.
Pues la larga frase en cuestión comienza hablando del “designio benevolente (beneplacitum Eius)” (Ef 1, 9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado”.[89]
Aquí nos damos cuenta que el nombre “Dios” –usado en la frase anterior y que es
el sujeto de las acciones que se mencionan aquí– se refiere al Padre. No
obstante, esta larga frase contiene la mención de las Tres Personas, pues tres
veces aparece en ella el Hijo, y finalmente se menciona también al Espíritu.
También se recalca en esta rica frase –y por tres veces– la adopción filial de
que es objeto el hombre, especificando –de esta manera– la “comunicación” de la
vida divina, de la que se hablaba –en general– en la frase anterior. Además, se
insiste –también tres veces– en que el Padre concibió todo esto “antes de la
creación del mundo”, “predestinándonos” así a ser sus hijos adoptivos. La
siguiente frase, donde aparece la última cita paulina, también insiste por
cuarta vez en que esta gracia nos fue dada “antes de todos los siglos”, y
vuelve nuevamente la mirada a la
Trinidad , de cuyo amor procede todo esto.
Finalmente, el texto especifica de qué modo
se concretiza esta comunicación de la vida y la felicidad divinas: “...en la
obra de la creación, en toda la historia de la salvación... en las misiones del
Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia”. [90]
Después de haber considerado el amor
trinitario como origen y fundamento de las obras divinas y de las misiones
trinitarias, CCE 258 se adentra en “lo Uno” y “lo Trino” de la acción divina:
“Toda
la economía divina (Tota Oeconomia
divina) es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad,
del mismo modo que tiene (est) una
sola y misma naturaleza, así también tiene (habet)
una sola y misma operación.[91] «El
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas,
sino un solo principio».[92] Sin
embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal.
Así la Iglesia confiesa (profitetur),
siguiendo al Nuevo Testamento:[93] «uno
es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo
por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las
cosas (Unus [...] Deus et Pater
ex quo omnia; et Unus Dominus Iesus Christus, per quem omnia; et Unus Spiritus
Sanctus, in quo omnia)».[94] Son, sobre todo (praecipue), las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del
don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas
divinas”.
Vemos
que el número se divide en dos partes. La primera parte expone “lo Uno” en la
acción divina, desde la consideración de la esencia divina: “obra común”; “una
sola y misma operación”; “un sólo principio”.[95] La segunda parte expone “lo Trino”, desde la perspectiva de las Personas:
“cada persona... según su propiedad personal”. Y, concluye el texto
refiriéndose en particular a las misiones del Hijo y del Espíritu donde “sobre
todo” se “manifiestan las propiedades
de las personas divinas”. [96]
Tres
referencias al Magisterio aparecen en el texto: la primera y la última son del
Concilio Constantinopolitano II, –la primera aludida, la última citada–, y la
cita central es del Concilio Florentino. La última cita del Constantinopolitano
viene introducida con una alusión a 1 Cor 8, 6, que es la única referencia
bíblica en este número.[97]
CCE 259
continúa diciendo:
“Toda
la economía divina (Tota Oeconomia divina), obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas
divinas y su naturaleza única (unam). Así,
toda la vida cristiana (Tota vita
christiana) es comunión con cada una de las personas divinas, sin
separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el
Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae[98] y el
Espíritu lo mueve.[99]”
Vemos que el CCE 259 comienza con la misma
expresión que el número precedente: “Toda la economía divina...”.Y la
continuación de esta primera frase también está en relación con el número
anterior, pues lo resume. Resumido y presupuesto lo anterior, el discurso
avanza. Y, así, se nos muestra que a “toda la economía divina” del don,
conviene le corresponda “toda” una “vida cristiana” de “comunión con cada una
de las personas divinas, sin separarlas”.[100]
Y el final del número nos muestra cómo el
cristiano puede vivir esta comunión, donde se distinguen las Personas, pero no
se divide la unidad divina. En primer lugar se nos dice que: “El que da gloria
al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo”; y en esta frase reaparecen
las preposiciones que vimos en el número anterior: “por el Hijo”, “en el
Espíritu”. Y, luego, se nos dice: “el que sigue a Cristo, lo hace porque el
Padre lo atrae y el Espíritu lo mueve”, entrelazando dos alusiones bíblicas,
una de Juan y otra de Pablo.[101]
Concluyendo esta exposición sobre las
misiones divinas –y con ella, todo este Párrafo 2, sobre “Dios Trino”– CCE 260
nos dice:
“El
fin último de toda la economía divina es (Totius
Oeconomiae divinae finis ultimus est) el acceso (ingressus) de las criaturas a la unidad perfecta de la
Bienaventurada Trinidad.[102] Pero
desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: «Si
alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23): «Dios mío, Trinidad que
adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí misma para establecerme en ti,
inmóvil y apacible (immobilem et serenam)
como si mi alma estuviera ya en la eternidad… Pacifica mi alma. Haz de ella tu
cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo (locum quietis Tuae). Que yo no te deje jamás solo en ella, sino
que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración,
entregada sin reservas a tu acción creadora (sed
Tecum sim ibi tota egomet ipsa, tota in fide mea vigilans, tota in adoratione,
tota actioni creatrici Tuae dedita)»”.[103]
También
CCE 260 –como los dos números anteriores– comienza con la expresión “toda la
economía divina...”,[104] pero ahora la exposición apunta “al fin último” de esta “economía”, el
cual es descripto con palabras contundentes y bellísimas: “el acceso (ingressus) de las
criaturas a la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad”. Esta conclusión
se corresponde con el inicio de este subtítulo –que vimos al principio de CCE
257– que nos decía: “Dios es eterna beatitud... Dios es amor: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida
bienaventurada”. Se describe así un arco que “sale” de la Trinidad Bienaventurada
y “retorna” a la
Bienaventurada Trinidad.
No obstante, –en medio del arco– “ya” se
disfruta de la comunión con la Trinidad Bienaventurada ,
aunque “todavía no” en plenitud. De esto se ocupa la segunda frase de nuestro
número, que comienza a exponer el misterio de la inhabitación de la Trinidad en el corazón
del creyente, ilustrando este misterio con una frase clásica, tomada del Cuarto
Evangelio. Esta inhabitación de la
Trinidad en el creyente aparece –en este contexto– como la
prolongación de las misiones divinas cuya exposición, habiendo partido de una
perspectiva general y colectiva –toda la historia de la salvación, y toda la
humanidad– ahora adquiere una perspectiva mística y personal.
Isabel de la Trinidad , con su dulce
oración, será la encargada de coronar la exposición de este misterio de la
inhabitación trinitaria y, con ello, de todo este párrafo 2 sobre la Santísima Trinidad.
2.1.2.5. Los números del
Resumen.
“El misterio de la Santísima Trinidad
es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede
dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo” (CCE 261).
La primera frase de nuestro número esta
tomada literalmente de CCE 234. Y la segunda frase resume CCE 237. Estas dos
frases resumen, entonces, todo el primer Título de este Párrafo 2, indicando la
centralidad del misterio trinitario y su inaccesibilidad a la sola razón
humana.[105]
“La
Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo
es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único
Dios (unum Deum)” (CCE 262). [106]
Estas frases resumen –del Título II– el
primer subtítulo: “El Padre revelado por el Hijo”. Pasando por alto las
cuestiones previas de las religiones naturales y de la revelación en el AT
–consideradas en CCE 238– se encaran directamente los contenidos que se
presentaron en CCE 240 –la revelación que se produce con la Encarnación – y en CCE 242, a saber, el Hijo es
consustancial al Padre.
“La
misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo[107], y por el Hijo «de junto al Padre» (Jn 15,26), revela que él es con ellos
el mismo Dios único (Deum unum). «Con
el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria»” (CCE 263).[108]
Con estas frases se resume –también del
Título II– su segundo subtítulo: “El Padre y el Hijo revelados por el
Espíritu”. Se hace referencia a los contenidos bíblicos expuestos en CCE
243-244, citando una frase de Juan que estaba aludida en el CCE 244. Y se cita
el Constantinopolitano I, con una frase que había sido expuesta en CCE 245.
Tanto en el número anterior –para el Hijo–
como en el presente –para el Espíritu– se ponen en relación sus respectivas
misiones con la revelación de la Santísima Trinidad , en la cual los Tres son “unum Deum”.
“«El
Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno
de éste al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión (Spiritus Sanctus de Patre principaliter, et Ipso sine ullo intervallo
temporis dante [Filio], communiter de Utroque procedit)».[109]” (CCE
264).[110]
Con una concisa frase de San Agustín –el
Padre latino por antonomasia– se marca un delicadísimo equilibrio en el
problema del “Filioque”, indicando un
“de Patre principaliter” y un “communiter de Utroque” que se dan “sine
ullo intervallo temporis”; y considerando –incluso– que el Hijo tiene “por
el don eterno” del Padre, ser –con el mismo Padre– el único principio del que
procede el Espíritu Santo. Se resume de
este modo lo que se había expuesto en CCE 246-248, en cuanto a la procesión del
Espíritu Santo. Además, –de modo indirecto– en ese “don eterno” del Padre al
Hijo, se alude a la generación del mismo Hijo.[111]
“Por
la gracia del bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
(Mt 28,19) somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad ,
«aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz
eterna».[112]” (CCE
265).
Aparece aquí el bautismo, con que el CCE
había comenzado sus dos secciones sobre la Trinidad.[113]
Pe ro ahora –a diferencia de lo que se hacía en aquellos
números– se pone al bautismo en relación con la participación “en la vida de la Bienaventurada Trinidad ”
que se había considerado, sobre todo, en CCE 257-260.[114]
De este modo, se establece el vínculo entre la Trinidad, la liturgia y la
mística, que fundamentará desarrollos en las siguientes Partes del CCE.
Finalmente la frase de Pablo VI, evoca los dos aspectos de participación en la
vida trinitaria, que fueron expuestos en CCE 260.[115]
“«La
fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la
unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias (substantiam);[116]
una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria,
coeterna la majestad».[117]” (CCE
266).
Con una frase del antiguo símbolo “Quicumque”,[118] se
expresa “la fe católica” que adora al Dios Uno y Trino, sin confundir las
Personas –pues “una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del
Espíritu Santo”–, ni separar la substancia, pues “la divinidad es una”.
“Las personas divinas, inseparables en su
ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina
cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo (praecipue) en las misiones divinas de
la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo” (CCE 267).
Así como el número anterior resumía “lo Uno”
y “lo Trino” del misterio divino en el plano del ser, aquí, se resume “lo Uno”
y “lo Trino” del misterio divino en el plano del obrar. Y se mantiene el
equilibrio indicando que las Personas son “inseparables en su ser” y “en su
obrar”; y –al mismo tiempo– que, en la obra común, “cada una” de las Personas
divinas “manifiesta lo que le es propio en la Trinidad , sobre todo (praecipue) en las misiones divinas”.
Entonces, el presente resumen nos presenta
sintéticamente:
– la centralidad del misterio trinitario
y su inaccesibilidad a la sola razón humana.
– la Encarnación del Hijo,
que revela a Dios como el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al
Padre.
– la misión del Espíritu Santo, que
revela que Él es –con el Padre y el Hijo– el mismo Dios Uno; y que con ellos
recibe una misma adoración y gloria.
– la procesión del Espíritu Santo –e
indirectamente– la generación del Hijo.
– la participación en la vida de la Trinidad , a la cual
accedemos por el bautismo, y de la cual disfrutamos ahora “en la oscuridad de
la fe”, en espera de la comunión plena “en la luz eterna”.
– “lo Uno” y “lo Trino” del misterio
divino en el plano del ser y en el plano del obrar.[119]
2.2. Comentario.
Decíamos más arriba que CCE 234 parece ser
el número más solemne del CCE; tan contundente que casi invita a ponerse de pie
para escucharlo.[121]
Quizás se hace necesaria tanta contundencia,
para equilibrar la “deuda histórica” que tenemos los cristianos por haber
proclamado tan poco el misterio de la Trinidad.[122]
Incluso es difícil encontrar en el
Magisterio moderno preconciliar –desde León XIII hasta Pío XII (inclusive)–
alguna mención significativa del misterio trinitario. De hecho, dentro de este
período parece haber sólo una mención significativa en la encíclica “Divinum
illud munus” de León xiii, del
9 de mayo de 1897; allí –hablando “sobre la presencia y virtud admirable del
Espíritu Santo”– se encuentra un párrafo de contexto sobre “el Misterio de la Trinidad ” (3-6).
Haciendo búsquedas con programas
informáticos,[123] vemos que se encuentra mencionada la “Trinidad”
43 veces en ese período que va de León XIII a Pío XII. Esto representa el 1,75
% de las 2453 veces que aparece la mención de la “Iglesia”, en el mismo
período; la cual ni siquiera es empatada con la mención de “Cristo” (incluyendo
“Jesús” y “Jesucristo”) que sumadas llegan a 2093 veces. Si bien estas
estadísticas podrían ser más prolijas, no obstante, evidencian el “discurso
eclesiocéntrico” del Magisterio de la época, y la fuerte carencia de
referencias a la Trinidad.
El Concilio Vaticano II tiene referencias
claras a las Tres Personas divinas al principio de sus cuatro grandes
constituciones.[124] Además, en algunos documentos presenta una
“eclesiología trinitaria”.[125] No obstante, no encontramos en los documentos
del Concilio que la Trinidad
sea un elemento vertebrador, como lo es en el CCE.[126] Es más, si buscamos citas de los documentos del
Vaticano II en el Párrafo sobre la
Trinidad que nos ofrece el CCE, (232-267) apenas encontraremos
dos alusiones a Ad Gentes en CCE 248
y 257.[127]
Todo esto manifiesta un progreso en la
presencia del tema trinitario en los años que median entre el final del
Concilio y la publicación del CCE. Incluso, podríamos hablar de un giro
“cristocéntrico”, y luego –crecientemente– “cristocéntrico trinitario” en el
Magisterio contemporáneo. Y esto es detectable tanto en el Magisterio
universal, comenzando por el mismo Concilio Vaticano II, y pasando por la
trilogía de encíclicas San Juan Pablo II –para cada una de las Personas
divinas– y llegando al CCE, el DCG (1997) y el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia. Algo parecido se
observa en el Magisterio latinoamericano, si recorremos –al menos– desde el Documento de Puebla hasta el Documento de Aparecida. Finalmente, en
el Magisterio argentino también se ve ese giro, entre las Líneas pastorales para la Nueva Evangelización
y su actualización en Navega Mar Adentro.
Si, por otra parte, observamos el CR
–precedente histórico del CCE– no hay una mayor presencia de la Trinidad , a tal punto que
exponer el misterio trinitario sólo le ocupa un par de números del comentario
al primer artículo del Símbolo,[128] con algunas precisiones posteriores en relación
al Hijo[129] y al Espíritu.[130] Por otra parte, en su índice sólo aparece
mencionada dos veces la
Trinidad.[131]
En este sentido debemos concluir que el CCE
se destaca claramente de todo precedente magisterial –incluido el mismo
Concilio Vaticano II– en cuanto a la importancia suprema que otorga al misterio
de la Santísima
Trinidad , y –sobre todo– en cuanto a la omnipresencia que
tiene este misterio a lo largo de todo su texto.
2.2.2. Las dos ediciones del Directorio Catequístico
General y la Trinidad.
Lo
dicho en el párrafo anterior del comentario, se confirma comparando las dos
ediciones que tuvo el DCG.
CCE 234
está diseñado con dos frases del DCG de 1971. No obstante la riqueza y
contundencia de estas frases, aquel DCG apenas traía seis referencias a la Trinidad.[132]
Adem ás, hablaba de un “teocentrismo trinitario” (DCG 40), si
bien en el contexto se mencionaba a Cristo.[133]
En
cambio, el DCG de 1997 –que se publica el mismo día que se promulga la editio typica del CCE, y que está en
íntima relación con éste– cuadruplica las referencias a la Trinidad –que son, entonces,
veinticuatro–,[134] y habla –con más propiedad y más abundantemente– de un “cristocentrismo
trinitario” (DCG 98, 99, 100, 122).
2.2.3. Las fuentes del Párrafo sobre la Trinidad
(CCE 232-267).
Ampliando las perspectivas expuestas en los
dos párrafos anteriores de comentario, y analizando las fuentes utilizadas en
CCE 232-267, observamos lo siguiente:
1. Hay abundancia de referencias bíblicas:
17 citas textuales (la primera y la última son de Mt 28, 19),[135] y 23 alusiones. En total son, entonces, 40
referencias bíblicas. La mayoría de ellas –más de un tercio– son del Cuarto
Evangelio: 14 referencias (5 citas y 9 alusiones).
2. Contrastando con la abundancia de
referencias bíblicas encontramos una sola referencia litúrgica, al principio de
CCE 257.
3. Pero sí hay muchas referencias de textos
del magisterio. Por lo que se refiere a Concilios: 1 referencia del Niceno I;[136] 5 del Constantinopolitano I;[137] 3 del Constantinopolitano II;[138] 2 del Lateranense IV;[139] 1 de Lyon II;[140] 6 del Florentino;[141] 1 del Vaticano I;[142] y las 2 que mencionamos más arriba, del Vaticano
II.[143] En total, 21 referencias de Concilios
ecuménicos. A esto hay que sumar, 5 referencias de dos Concilios Toledanos.[144] Esto contrasta con las –apenas– cuatro
referencias de documentos pontificios: sólo San León Magno,[145] el Papa Vigilio (con una profesión de fe),[146] y Pablo VI –dos veces– con su Credo del Pueblo de Dios.[147] Y, para ser completamente exhaustivos,
deberíamos agregar las dos citas del DCG que aparecen en CCE 234, texto
publicado por la
Sagrada Congregación para el Clero.[148] En total, tendríamos entonces, 32 citas del
magisterio, en sus diversas expresiones.
Curiosamente, no hay citas de San Juan Pablo
II en este Párrafo trinitario, a pesar de que –incluso– nos regaló sendas
encíclicas dedicadas a cada una de las Personas divinas.
Por otra parte, esta abundancia de fuentes
magisteriales en el Párrafo sobre Dios Trino, contrasta con la única cita del
Lateranense IV que teníamos en el Párrafo sobre Dios Uno.[149]
4. Tenemos, también, dos referencias a
“profesiones de fe” antiguas: la Fides
Damasi,[150] y el Símbolo “Quicumque”.[151] Si sumamos a estas dos, las referencias a las
“profesiones de fe” de los Concilios Niceno I y Constantinopolitano I, del
Concilio Toledano XI, del Papa Vigilio y de Pablo VI –mencionadas en el punto
anterior– tenemos, en este Párrafo trinitario, 15 referencias a profesiones de
fe.
5. Contrariamente, hay pocas referencias de
escritores eclesiásticos: apenas cuatro, aunque todas ellas son citas
explicitas y –en general– ocupan lugares relevantes: San Cesáreo de Arlés, en
CCE 232, inaugurando el Párrafo; San Gregorio de Nacianzo, en CCE 256,
coronando el núcleo dogmático; e Isabel de la Trinidad , en CCE 260,
cerrando toda la exposición. En cambio, San Agustín con su De Trinitate, apenas es convocado una vez –y en un número del
Resumen– CCE 264. Curiosamente, nunca se cita aquí a Santo Tomás de Aquino.
La impresión general es que el CCE ha
querido presentar el misterio de la Santísima Trinidad
desde fuentes muy consistentes y poco discutibles:
– 40 referencias de la Sagrada Escritura ;
– 15 referencias a profesiones de fe de
todos los tiempos;
– 16 referencias a diversos testimonios de
los primeros siglos de la
Iglesia (sumando: las referencias de la Fides
Damasi y el Símbolo “Quicumque”;
el Concilio de Nicea y los dos Concilios Constantinopolitanos; San León; el
Papa Vigilio; y los tres escritores eclesiásticos antiguos).
– Fuera de lo indicado en el ítem anterior,
lo demás es –prácticamente todo– referencias del magisterio posterior, salvo la
cita de Isabel de la
Trinidad.
2.2.4. Un Catecismo muy agustino... salvo en la sección trinitaria.
Agustín es el primer autor eclesiástico
citado en el CCE, que en su número 30 arranca con la cita más famosa del Padre latino
por antonomasia.[152] Y
aparece hasta casi el final del CCE.[153]
Pero su importancia no consiste sólo en
esto: San Agustín es el autor eclesiástico más citado en el CCE, que remite a
sus textos 90 veces; esto constituye un 50 % más de referencias que las que
ostenta Santo Tomás –el segundo autor más citado– quien suma unas 60
referencias.
Las referencias a San Agustín se destacan,
sobre todo, en las Primera y Tercera Partes del CCE, donde aparece 33 y 37
veces, respectivamente; mientras que en las Segunda y Cuarta Partes se lo cita
una decena de veces en cada una de ella.
Es llamativa, sobre todo, la cantidad de veces que se lo cita en la Tercera Parte , donde
el porcentaje de referencias supera lo esperado de acuerdo al tamaño de la Parte (37 % del total, en
lugar del 27 % esperado). Vemos, entonces, que el CCE apela a San Agustín
principalmente como autor moral.
Inversamente, San Agustín apenas aparece en
el segmento propiamente trinitario, donde se lo cita una sola vez, y en un
número del Resumen.[154] Y esto se prolonga a lo largo de todo el CCE,
pues –de aquellas 90 referencias totales que mencionamos al principio– sólo
tres remiten al De Trinitate... y –de
estas tres– ¡sólo habla de la
Trinidad la cita que tenemos aquí!
2.2.5. Los aportes trinitarios del Concilio Constantinopolitano II, a lo
largo de todo el CCE.
Este Concilio es citado –dentro del Párrafo trinitario– en CCE 253, donde
aporta la expresión “Trinidad consustancial”; y en CCE 258 donde aporta, tanto
la perspectiva de la unidad de la operación divina ad extra, como la riquísima cita final que completa la expresión de
Pablo en 1 Co 8, 6.
Más allá del Párrafo trinitario, el CCE
volverá a citar el Constantinopolitado II en su exposición cristológica (CCE
468 y 470), donde se calificará –clarísima e insistentemente– a Jesús como “Uno
de la Trinidad ”.
Además de esta riqueza en cuanto a doctrina
trinitaria, CCE 499 también asume una expresión del Constantinpolitano II –en
su canon 6, un canon antinestoriano (DS 427)– que califica a María de “siempre
virgen (aeiparthenos)”. Esta es la
última vez que el CCE cita este Concilio.
Por todo esto, –y, aunque “su historia es
poco gloriosa”–[155] el
Concilio Constantinopolitano II ha podido ser caracterizado como “la
formulación madura del dogma de la Trinidad”. [156]
2.2.6. Algunos apuntes sobre vocabulario trinitario en el CCE.
Presentamos algunos conceptos fundamentales
del vocabulario trinitario, tal como aparecen en el CCE:
1.
Trinidad. La palabra “Trinidad” aparece 79 veces en el CCE, de las cuales
61 están en este Segunda Sección de la Primera Parte , constituyendo el 77% de las veces
que la palabra es usada. Prácticamente la mitad de estas 61 veces –30, para ser
exactos– la palabra se concentra en CCE 189-267. Las otras 31 veces están
diseminadas en el resto del texto, de un modo bastante homogéneo, desde la
creación,[157] hasta la escatología;[158] percibiéndose ciertas concentraciones –lógicas,
por otra parte– en el segmento cristológico referido a la Encarnación,[159] y en el comienzo del Artículo sobre el Espíritu
Santo.[160]
Luego aparece 9 veces en la Segunda Parte (1 en
la introducción, 4 veces en la Primera Sección y otras 4 veces en la Segunda Sección ),[161] sólo 3 veces en la Tercera Parte (y
todas ellas en su Primera Sección), y 6 veces en la Cuarta Parte (3 veces
en cada Sección).
Si ampliamos la búsqueda a la raíz “trin*”
(excluyendo las tres referencias meramente bibliográficas al “De Trinitate” de San Agustín, e
incluyendo la expresión “Dios-Trinidad” que aparece en CCE 236) la cuenta se
eleva a 97 veces, de las cuales 74 están en esta Segunda Sección, manteniéndose
prácticamente el porcentaje, que ahora es de 76%. Pero aumenta la concentración
de la palabra en CCE 189-267, pues, de las 18 veces que se suman en esta
segunda búsqueda, la mitad de ellas –es decir 9– pertenecen a este segmento.
2.
Persona y relación. Las nociones de “persona” y “relación”,[162]
aplicadas al misterio de la
Trinidad –y apareciendo juntas en el mismo número– tienen una
presencia muy acotada en el CCE, pues casi todas las citas se encuentran en CCE
243-255;[163] fuera
de esta sección dogmática, la única vez que se aplican estas nociones al
misterio trinitario es en CCE 2780.[164]
Lo más aproximado que tenemos dentro del CCE
a una definición de “persona” –que, en este caso, es más bien una descripción–
lo encontramos en CCE 357,[165] pero
hablando del “ser humano”. Algunos elementos más que enriquecen esta
perspectiva se encuentran en CCE 2159.
3.
Procesión y proceder. Aplicadas a la Trinidad , estas palabras aparecen muy pocas
veces: como sustantivo, sólo en CCE 246; y como verbo aparece ocho veces en el
Párrafo propiamente trinitario;[166] fuera
de él, sólo vuelve a aparecen en CCE 2789.[167]
4. Generación y engendrar. Como
sustantivo, no aparece en relación con el misterio de la Trinidad. Como
verbo, aparece en el enunciado del
Símbolo (antes de CCE 185), CCE 242, 246, 254; y fuera del segmento
trinitario en 467 y 2789. Un vocablo semejante –“natum”– aparece en el Símbolo, y en CCE 242 y 465.
5. Hipóstasis. Si bien históricamente ha
sido un concepto importante, en el CCE sólo aparece tres veces. Dos de ellas en
el Párrafo trinitario –concretamente en CCE 251 y 252– donde se expone la
terminología trinitaria. Y la tercera mención se encuentra en el contexto
cristológico, cuando se citan las declaraciones del Concilio
Constantinopolitano II, en CCE 468.
6. Comunión consubstancial. Una expresión interesante es “comunión consustancial” usada dos veces en
CCE 248, para exponer las relaciones intratrinitarias. Nunca más vuelve a
usarse esta expresión en el CCE. Pero sí aparecen la palabra “consustancial”
(16 veces en total), y “comunión” (308 veces en total).
7.
Consustancial. De hecho, 14 de las 16 veces que aparece el término
“consustancial”, la temática es estrictamente trinitaria.[168]
Y las dos veces que no se aplica directamente a la Trinidad , el contexto es
igualmente trinitario.[169]
8.
Comunión. Si –por ejemplo– se combinan las raíces comuni* y Trin*
obtenemos dos series de citas de gran importancia para la temática interpersonal:
la Comunión
de la Trinidad
(en clave inmanente),[170] y la
comunión con la Trinidad
(en el plano económico-salvífico).[171]
Lo mismo sucede si cruzamos la raíz comuni* con los nombres de las Tres Personas divinas, pues también aquí
aparecen estas dos series de citas: la comunión de las Personas divinas,[172] y la comunión con ellas;[173] vemos, incluso, que algunos textos
relacionan los dos aspectos.[174] Y si cruzamos comuni* y misterio
también obtenemos textos muy ricos para nuestro tema.[175]
9.
Unión. Aparece con la misma doble vertiente que comunión: unión de las
Personas divinas entre sí,[176] y
unión con las Personas divinas.[177]
10. Unidad. CCE 260 –con el cual
concluye la exposición trinitaria– dice solemnemente: “El fin último de toda la
economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad (unitatem)
perfecta de la Bienaventurada Trinidad”. Tales palabras nos llevaron a
investigar esta noción de unidad. Y se observa que si combinamos las raíces unid*
(y semejantes) con la raíz Trin*, obtenemos dos series de citas
similares a las que obteníamos al combinar comuni* y Trin*:
unidad de la Trinidad,[178] y
unidad con la Trinidad.[179]
En cambio, si combinamos las raíces unid* (y
semejantes) con person* las citaciones que aparecen se refieren a las
relaciones humanas, sobre todo a la unión de las personas en el matrimonio.
11. Distinción real. En CCE 252,
cuando se quiere expresar el sentido de la palabra “persona” en la Trinidad se usa
recurrentemente la expresión “distinción real” o equivalentes. Y lo mismo
sucede en CCE 254 cuando se expone lo referente a las Personas divinas.
Investigando la expresión, se observa que ambas palabras aparecen juntas sólo
en CCE 252, 254, 255 y 689.[180] Pero
luego –aún tomándonos el trabajo de leer las 80 veces que aparece la raíz distin*–
no volvemos a encontrar ninguna cita que la use para hablar de la distinción
entre las Personas divinas.[181]
12. Propiedades
personales. Dentro
de la temática estrictamente trinitaria, la expresión sólo aparece en CCE 258
(dos veces) y 259;[182] pero
son números que ya pertenecen a la perspectiva “económica” de “las obras
divinas y las misiones trinitarias”. Dentro de la temática cristológica, y sin
que falte un contexto trinitario, vuelve a aparecer dos veces más, (en ambos
casos en relación con la humanidad del Hijo).[183]
13.
Apropiación. El CCE trata mucho de la presencia y de la acción de las
Personas divinas en la economía de la salvación; no obstante, la palabra
“apropiación” no aparece en el CCE con una aplicación a la Trinidad. Incluso ,
vemos que el CCE trata de evitar una exposición en la cual las etapas de la
economía salvífica queden apropiadas “excesivamente” a cada una de las
Personas.[184]
14.
Naturaleza, sustancia, esencia. El CCE sólo habla de la “naturaleza” divina
en los Párrafos que se refieren a Dios Uno y Trino,[185]
y al misterio de Cristo;[186] salvo
los numerosos casos donde el CCE apela al texto de 2 Pe 1, 4 para expresar
nuestra salvación como una participación en la naturaleza divina.[187]
La expresión “sustancia” aplicada a Dios
también aparece en estos dos Párrafos;[188]
y, además, aparece en relación con la creación.[189]
Y la expresión “esencia” aparece en el
Párrafo trinitario,[190]
cuando se habla del poder de Dios,[191]
y en el contexto escatológico.[192]
15.
Divinidad. Esta expresión –como las anteriores– aparece en relación con
Dios Uno y Trino,[193]
(también en los contextos del conocimiento natural de Dios,[194]
y de la búsqueda orante),[195] y con
el misterio de Cristo,[196]
(también en los contextos de la eucaristía,[197]
y del arte sagrado).[198]
También aparece la expresión cuando se
comienza a tratar sobre el Espíritu Santo, aunque allí la reflexión se extiende
a la consideración de la divinidad de las Tres Personas.[199]
Finalmente –en el contexto de la oración del
“Padre Nuestro”– se considera, en particular, la divinidad del Padre.[200]
2.2.7. ¿Y “Dios es Amor”?
Lamentablemente, no encontramos una
exposición sobre “Dios es Amor” en el contexto de “Dios Trino”, como sí se lo
había encarado –con todo un subtítulo– en el Párrafo sobre “Dios Uno” (CCE
218-221). Pues –salvo el principio de CCE 257,[201]
ya en el contexto de las misiones divinas– no hay exposición alguna sobre “La Trinidad es un misterio
de amor” o algo semejante. Además, esto habría dado un fundamento dogmático más
sólido para aplicaciones posteriores a las diversas experiencias humanas de
comunión “a imagen de la Trinidad”.[202]
Esta carencia nos parece uno de los puntos
más débiles del CCE en su exposición trinitaria, sobre todo teniendo en cuenta
que estamos hablando de un Catecismo. Pues la afirmación de la Trinidad como Comunión de
Amor es muy conveniente en la catequesis, tanto desde la perspectiva analógica
“descendente”, como desde la perspectiva “ascendente”; es decir, tanto para
iluminar lo que debe ser la comunidad humana a la luz de la Trinidad , como para
acceder analógicamente al misterio de la Trinidad desde las experiencias humanas de amor y
de amistad.
Además se trata de un Catecismo que quiere
actualizar la exposición de la fe para el mundo de hoy. Y –desde varias
vertientes de las ciencias humanas– se recalca hoy la dimensión comunitaria y
relacional del ser humano.
Incluso –dentro del mismo discurso del CCE
en esta sección sobre “Dios Trino”– se podría fundamentar mejor aquello de que:
“toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin
separarlas de ningún modo” –como dice CCE 259– si primero se mostrara que la
misma Trinidad es Comunión de Amor.
De hecho, la palabra “comunión” aplicada a la Trinidad , en toda la
sección sobre “Dios Trino” (CCE 232-267) sólo aparece dos veces; ambas en CCE
248 –un número “en letra pequeña”– pero no desde la perspectiva de la “Comunión
de Amor”, sino de la “Comunión consustancial”.
Ampliando el campo de análisis, vemos que
–además de CCE 221– la
Trinidad explícitamente contemplada como “Comunión de Amor”,
sólo aparecerá tres veces más en el CCE:[203]
por tanto, sólo una vez, en cada una de las cuatro Partes del CCE.
Y no es más abundante la apelación a la
referencia bíblica de 1 Jn 4, 8.16, que también sucede cuatro veces,[204]
aunque la expresión “Dios es Amor” aparezca algunas veces más, sin explicitar
la referencia bíblica.[205]
2.2.8. Breve comparación entre las exposiciones trinitarias del Concilio
Vaticano II y del CCE.
Sergio Zañartu sostiene como “una clara
conclusión” que “no trata el Concilio Vaticano II de la Trinidad en sí, de la
inmanente, sino que siempre habla en una perspectiva económica”.[206] Si
aquí tomamos el verbo “tratar” en el sentido de “hacer un tratado” (aunque sea
breve) es cierto que el Vaticano II no lo hace. Pero no faltan en el Concilio
expresiones que hablan directamente de la Trinidad desde la perspectiva
inmanente –sobre todo, al principio de AG– con lo cual no es del todo correcto
decir que el Concilio “siempre habla
en una perspectiva económica”.
No obstante, es cierto que los documentos
del Concilio Vaticano II no ofrecen una doctrina trinitaria desde la dogmática:
no aparecen las palabras “sustancia”, ni “esencia” y la única vez que aparece
“naturaleza divina” (en UR 15) es en referencia a 2 Pe 1, 4, en clave
económica.[207] La
palabra “persona” aparece sólo dos veces en relación con la Trinidad (en UR 2 y GS
24) y nunca aparece la palabra “relación” en referencia a la Trinidad. La misma
expresión “Trinidad” aparece sólo seis veces, y “trino” sólo cuatro.[208]
Tampoco hay referencias a los grandes Concilio antiguos que establecieron la
doctrina trinitaria, a diferencia de lo que sucede con la cristología del
Concilio.[209]
En cambio el CCE –tal como vimos– ofrece un
resumen del misterio trinitaria en clave dogmática, que el Concilio no tenía.
La razón de esta diferencia es obvia: el
Concilio Vaticano II tuvo una misión eminentemente pastoral y, si bien habló
mucho de las Personas divinas,[210] lo
hizo sobre todo en clave económica, en el marco eclesiológico y con lenguaje
bíblico. En cambio, el CCE que debía considerar “toda la doctrina católica
tanto sobre la fe como sobre la moral”,[211]
no podía omitir el tratamiento directo del misterio de la Santísima Trinidad
con la mayor amplitud, incluyendo las perspectivas inmanente y dogmática.
2.2.9. La comprensión paradojal del misterio de Dios.
Decía San Gregorio de Nacianzo en CCE 256:
“No he comenzado a pensar en la
Unidad cuando ya la Trinidad me rodea con su fulgor. No he comenzado
a pensar en la Trinidad
cuando ya la Unidad
me arrebata de nuevo...”. [212]
Esta
incapacidad humana para “sintetizar” en su espíritu la percepción de Dios es
completamente lógica: “Si cepisti, non
est Deus”, nos recordaba Agustín en CCE 230.
Por
eso, diversos autores muestran la necesidad de un pensamiento “en vaivén” o
“bipolar”, que es la máxima síntesis que podemos lograr respecto de nuestra
percepción de Dios, en este mundo.
Un
primer ejemplo de este pensamiento “bipolar” lo constituyen dos analogías
complementarias de lo divino con lo humano: la analogía intrasubjetiva (para el
dinamismo de las procesiones divinas) y la analogía intersubjetiva (para la
comunión de las personas “ya constituidas en su distinción”).[213] Estas analogías también pueden designarse como “el modelo intrapersonal” y
“el modelo interpersonal”.[214]
Para
otro aspecto del misterio de Dios –la relación entre la “Theologia” y la “Oikonomia”–
también se propone un pensamiento “en vaivén”: “Para Lafont” es necesario
aceptar “la paradójica «ley de reduplicación del lenguaje» según la cual es
imposible decir el misterio trinitario con una sola formulación y acercamiento,
sino que es necesario recurrir a una alternancia constante entre el registro
económico y el inmanente”.[215]
Y en la
consideración de “la persona” pasa algo semejante: “Persona es un modo de ser
intransferible y comunional dotado de una doble polaridad... en Dios los dos
polos se identifican, de suerte que la intimidad y la relación son uno y lo
mismo: la mismidad del Padre es la relación de paternidad”.[216]
Incluso, ya en la perspectiva de Dios Uno, es necesario este pensamiento
bipolar, contrapesando la absoluta simplicidad de Dios con su perfección
infinita.[217]
La
aspiración contemplativa pretende más que esto; pero en este mundo herido por
la división y la debilidad, también nuestro espíritu está herido, y no logramos
más que este modo paradojal de percepción, y “la paradoja es el revés de una
trama cuya cara es una síntesis que siempre se nos escapa”,[218] hasta que veamos a Dios “cara a cara” (1 Co 13, 12), “tal cual es” (1 Jn
3, 2).[219]
2.2.10. La Trinidad, “misterio cumbre”: una propuesta de corrección
teológica para CCE 234.
CCE 234 habla del “misterio de la Santísima Trinidad ”
como “el misterio central”. Pero esta centralidad suele atribuírsele al
misterio de Cristo, aún dentro del mismo CCE.[220]
Dado este cristocentrismo –y para no
desgastar las palabras– creemos que un modo preciso y bello de hablar,[221] sería
decir que “Cristo es el misterio central” y “la Trinidad es el misterio cumbre
de la fe y de la vida cristiana”, siendo Cristo “Uno de la Trinidad ” (CCE 468).[222]
De este modo, creemos, puede exponerse sin
mayores tensiones el vínculo existente entre cristocentrismo y teocentrismo.[223]
2.2.11. Otros tres nombres eternos del Hijo: Verbo, Imagen, Resplandor.
CCE 241 menciona estos tres nombres eternos
del Hijo, apoyándose en sendos himnos del NT. Veamos un poco que utilización
han tenido a lo largo del CCE.
a) “Verbo” y “Palabra”, aplicado al Hijo.[224]
En el contexto de la Revelación divina se
nos muestra que “por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre
en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina” (CCE 51).
Y, como la revelación divina tiene etapas, ella culmina “en la Persona y la misión del
Verbo encarnado, Jesucristo” (CCE 53).[225]
Pero, además de esta etapa culminante, el Verbo ya está presente en la primera
de las etapas, pues “Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a
los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas” (CCE 54). No
obstante, la más importante es la etapa final, en la cual “Dios ha dicho todo
en su Verbo”, “porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra
suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra”
(CCE 65).[226] “El
Hijo es la Palabra
definitiva del Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de Él”
(CCE 73).
No obstante esta culminación, “la
comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu
Santo sigue presente y activa en la
Iglesia ” (CCE 79), en la transmisión de la Revelación divina que la Iglesia lleva adelante en
la historia.[227] Y un
elemento esencial en esta transmisión es la Sagrada Escritura ,
en la cual “la Palabra
de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano,
como la Palabra
del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a
los hombres” (CCE 101, citando DV 13). Por eso, “a través de todas las palabras
de la Sagrada
Escritura , Dios dice sólo una Palabra, su Verbo único, en
quien él se dice en plenitud” (CCE 102). Y La cita de Agustín que ilustra este
número abunda en el uso del nombre y profundiza su sentido: “Recordad que es
una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las Escrituras, que es un
mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que,
siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está
sometido al tiempo”.[228] Por
eso:
“...la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es
la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del
Verbo encarnado y vivo».[229] Para
que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra
eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la
inteligencia de las mismas.[230]” (CCE
108).[231]
En este contexto, entonces queda claro que “los Evangelios son el corazón
de todas las Escrituras «por ser el testimonio principal de la vida y doctrina
de la Palabra
hecha carne, nuestro Salvador».[232]” (CCE
125).Y, por todo esto, cuando el hombre responde a Dios con su fe, “creer en
Dios es inseparablemente creer en Aquel que Él ha enviado... Podemos creer en
Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne...” (CCE 151).[233]
En el contexto trinitario-inmanente
–curiosamente– este “nombre eterno” de la Segunda Persona divina sólo aparece
una vez en el segmento del CCE que se ocupa de la vida íntima de la Trinidad : CCE 241,
citando Jn 1, 1.
En el contexto del misterio de la creación,
los números más relevantes aparecen en el Título que trata de la creación como
“obra de la
Santísima Trinidad ” (CCE 290-292); allí aparece cuatro veces
el nombre de “Verbo”.[234]
Además, “creada en y por el Verbo eterno, «imagen del Dios invisible» (Col
1,15), la creación está destinada, dirigida al hombre” (CCE 299). Y el Verbo no
sólo está presente en la creación, sino también en la conservación del mundo.[235] Por
todo esto, no es extraño que, no sólo el mundo angélico esté centrado en el
Hijo,[236] y que
“de la Encarnación
a la Ascensión ,
la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los
ángeles” (CCE 333); sino también –y sobre todo– que “el misterio del hombre
sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (CCE 359, citando GS 22,
1).
En el contexto del mismo misterio de Cristo,
ya la introducción del Capítulo Segundo del comentario al Símbolo apela
abundantemente a textos joánicos para presentar el misterio de Cristo, entre
los cuales no falta Jn 1, 14.[237]
También el CCE usa aquí el nombre de “Verbo” desde su propia redacción,[238]
aunque no estudia este nombre cuando repasa los nombres y títulos de la Segunda
Persona divina, pues lo hace siguiendo las designaciones que aparecen en el
Credo.[239]
No obstante esta carencia, la exposición
apela repetidamente al nombre de “Verbo” en los importantes números que
explican, justamente, “Por qué el Verbo se hizo carne” (CCE 456-460); y vuelve
a mencionar este nombre, cuando –a continuación– explica qué es “La
Encarnación”.[240]
Además, en el contexto que trata de las
herejías cristológicas, se usa el nombre cuando se expone sobre el
nestorianismo,[241] sobre
el apolinarismo,[242] y
sobre el monotelismo;[243] y
también el CCE apela a este nombre de “Verbo” cuando expone sobre el
conocimiento humano de Cristo y sobre su verdadero cuerpo, [244]
concluyendo este Párrafo 1 con una reflexión sobre “el corazón del Verbo
encarnado” (CCE 478).[245]
En el contexto de la misión conjunta del
Hijo y del Espíritu la utilización del nombre de “Verbo” aparece sobre todo, en
clave de revelación, de modo semejante al primer contexto que vimos: el
Espíritu “que hablo por los profetas” revela al Verbo.[246]
Sólo una vez se utiliza este nombre en relación con la Encarnación.[247]
En el contexto de la Iglesia , sólo encontramos
aquí referencias en las cuales el nombre “Verbo” no es relevante en sí mismo,
pues podría ser suplido por otro nombre de la Segunda Persona ,
sin que eso cambiara las cosas.[248]
En el contexto de la escatología encontramos
un “Credo carnal” en el cual el CCE nos dice: “Creemos en Dios que es el
creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne;
creemos en la resurrección de la carne, perfección de la creación y de la
redención de la carne” (CCE 1015).
En relación con la liturgia, ya desde su
primer número se habla de la
Nueva Alianza como «la Economía del Verbo encarnado» (CCE
1066). Y en CCE 1082 el esquema trinitario que se nos presenta no dice que “el
Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las
bendiciones... y en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos
colma de sus bendiciones y por él derrama... el Espíritu Santo”. Y CCE 1101 nos
dice que, por medio de “la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios... el
Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo,
Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan incorporar a su vida el sentido
de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración”. Y –desde el tema
específico de la “iconografía cristiana”– CCE 1160 vuelve sobre los aspectos de
“Imago et Verbum” que “se esclarecen
mutuamente”, y se abre a toda la cristología con una cita del Concilio Niceno
II, en que se dice que “verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se
hizo carne (verae et non secundum
phantasiam Dei Verbi inhumanationis effectae)”. CCE 1216 nos explica que en
“el bautismo” se llama “iluminación” porque en él recibimos “al Verbo, «la luz
verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9)”.
En la Tercera Parte , se
nos dice –en el contexto de “la misericordia y el pecado”– que “Dios, mediante
su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado” (CCE 1848). Y
CCE 2130, comentando el mandato “No te harás escultura alguna...” muestra que
–igualmente– “ya en el AT Dios ordenó o
permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la
salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce, el arca de la Alianza y los querubines”.
Y el número siguiente agrega que “fundándose en el misterio del Verbo
encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787),
justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes”.[249] Más
adelante, en un contexto también “icónográfico” –tratando de “Verdad, belleza y
arte sacro”– CCE 2500 nos dice que “antes de revelarse al hombre en palabras de
verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación , obra de su
Palabra, de su Sabiduría”; y, enseguida, ilustra con textos de Sb 13, 3.5 y 7,
25ss.[250]
Más adelante, cuando se consideran varias
invocaciones posibles para la
Persona del Hijo, también aparece la de “Verbo de Dios” (CCE
2665). Este “Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega [el
Nombre divino] y nosotros podemos invocarlo: «Jesús», «YHVH salva»” (CCE 2666).
Además, “La oración de la
Iglesia... adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por
amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados”. (CCE 2669). Es
más: en el silencio de la contemplación, “Pater
nobis Suum Verbum dicit” (CCE 2717).[253]
Y el Verbo es “la única Palabra que” el Padre “escucha siempre” (CCE 2769).
b) Imagen (Col 1, 15).[254]
Cinco textos del CCE conjugan los conceptos
de Palabra (o Verbo) e Imagen:
– CCE 241 que los nombra junto con el de
“Resplandor”, todos como nombres aplicados al Hijo por “los apóstoles”.
– CCE 299, que dice “la creación” ha sido
“creada en y por el Verbo eterno, «imagen del Dios invisible» (Col 1, 15)”.
– CCE 479 –un número del Resumen del Párrafo
sobre la Encarnación –
dice: “En el momento establecido por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir,
el Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la
naturaleza divina asumió la naturaleza humana”.
– CCE 1101 nos dice que, por medio de “la
inteligencia espiritual de la
Palabra de Dios... el Espíritu Santo pone a los fieles y a
los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre...”
– CCE 1160 vuelve sobre los aspectos de “Imago et Verbum” que “se esclarecen
mutuamente”, en el contexto de la iconografía cristiana.
Más allá de estos textos, se aplica al Hijo
el título de Imagen en CCE 381 –un número del Resumen del Párrafo sobre la
creación del hombre– que dice: “El hombre es predestinado a reproducir la
imagen del Hijo de Dios hecho hombre –«imagen del Dios invisible» (Col 1, 15)–,
para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas.[255]”
Vinculando la misión del Hijo y del Espíritu, CCE 689 dice: “...Cristo es quien
se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo
quien lo revela”.
c) Resplandor (Hb 1, 3).[256]
Sólo aparece en el ya citado
CCE 241 y en CCE 2502, que –en el contexto del arte sacro– nos dice que:
“El arte sacro es verdadero y bello cuando
corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y
la adoración, el Misterio trascendente de Dios, Belleza sobreeminente e
invisible de Verdad y de Amor, manifestado en Cristo, «Resplandor de su gloria
e Impronta de su esencia» (Hb 1,3), en quien «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente»
(Col 2,9)...”
2.3. Valoración.
El Párrafo sobre Dios Uno comenzaba
profesando “Credo in unum Deum” (CCE
200ss); aquí, el Párrafo sobre Dios Trino también comienza con la confesión de
fe “en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu” que hacen “los cristianos”,
respondiendo “Creo” a la “triple pregunta” antes de ser “bautizados «en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19)” (CCE 232). De
este modo, la confesión de la fe –con todo el aspecto de compromiso que
implica– enhebra las perspectivas de lo Uno y lo Trino de Dios, en el CCE.
Pero, en este Párrafo 2, a
la confesión de la fe se le agrega el contexto bautismal y –obviamente– la
relación con la
Santísima Trinidad.
Es muy importante la insistencia en la
importancia suprema del misterio de la Trinidad que hace el CCE desde el principio de
este Párrafo;[257] hemos
visto en nuestro comentario que, en este punto, el CCE incluso supera con
creces a los mismos documentos del Concilio Vaticano II.
Y, al vincular –ya desde el principio del
discurso– de modo circular la
Oikonomia con la Theologia ,
el CCE nos resguarda de cualquier dicotomía en este rubro.[258]
Como sucedía en el Párrafo sobre Dios Uno,
aquí también el núcleo del desarrollo diacrónico está pautado por dos “momentos
bíblicos”:[259]
primero, la revelación del Padre y del Hijo (CCE 238-242); y, luego, “el Padre
y el Hijo revelados por el Espíritu” (243-248). Pero, a diferencia del Párrafo
1, aquí se apela a una “prehistoria” respecto de lo bíblico –remitiendo a la
“invocación de Dios como «Padre»... en muchas religiones”– y se prolonga el
concepto de “revelación” abarcando más allá de lo bíblico, e incluyendo “su
interpretación por la
Tradición eclesiástica (242 y 245-248)”.[260]
De este modo, el CCE aprovecha estos números para insertar un primer bloque de
referencias masivas del magisterio de la Iglesia , que en aquel Párrafo 1 se reducían a
sólo una.
Y, como se vislumbraba en el esquema del
Párrafo 1 –pero aquí de modo completamente nítido– después de un “segmento
diacrónico”, también tenemos aquí un “segmento sintético”, representado por CCE
249-256. Y, vemos que –en este contexto– el CCE inserta un segundo bloque de
referencias masivas del magisterio.
Finalmente, en un último paralelo con el
Párrafo 1, mientras allí se consideraban “las consecuencias de la fe en el Dios
Uno” en relación para la vida concreta de los creyentes; aquí se contempla cómo
–por medio de “las obras divinas y las misiones trinitarias”– la Altísima Trinidad
se abaja, y toca nuestra vida cotidiana con su salvación.
Y, como pasaba al final del Párrafo 1,[261]
también aquí el testimonio de los santos ayuda a coronar la exposición.[262]
Considerando, tanto la sólida estructura
paralela de los dos Párrafos, cuanto la riqueza bíblica y doctrinal que nos
ofrece –en particular– este Párrafo que estamos considerando, debemos decir que
estamos ante un trabajo de gran calidad y utilidad.
Como elementos negativos podríamos señalar,
en primer lugar, el poco espacio que se ha dedicado aquí al misterio del amor
intradivino. CCE 221 nos había dejado en un hermoso umbral, con aires de
promesa de un desarrollo del tema...[263]
pero eso no sucedió: apenas una mención clara en CCE 257. Pensamos que se
podrían haber aprovechado la última cita magisterial de CCE 255,[264] y la Oración Teológica del Nacianceno de CCE 256, para
constituir –aunque sea– un número aparte para esta perspectiva.
Además –como sucedía también en el Párrafo
anterior– hay poco o nada de referencias a la Liturgia (aquí sólo una,
allá ninguna) y a escritores eclesiásticos (aquí cuatro, allá cinco). Es
particularmente llamativa al poca atención prestada a San Agustín en estos
Párrafos, sobre todo porque es el autor más citado en el CCE; pero aquí aparece
sólo una vez en cada uno de estos Párrafos... y en ambos casos en el Resumen.[265]
También es llamativa la total ausencia de referencias a Santo Tomás de Aquino
en estos Párrafos.
[1] R.
Ferrara, Misterio de Dios, pp.
458s, reflexiona sobre la doctrina trinitaria del CCE.
[2] CCE elimina aquí una frase que estaba en medio del número en PR
1063 y que aludía al “bautismo en el nombre de Jesucristo”. Además CCE también
elimina los contenidos de PR 1064-1065 que relacionaban a la Trinidad con el
sacramento de la reconciliación, con la señal de la Cruz, y con las doxologías
trinitarias que concluyen habitualmente la oración cristiana. De este modo, la
exposición del CCE gana en consistencia, al mantenerse centrada en la Trinidad
y en el rito del bautismo.
[3] En el PR, la referencia a la profesión de fe del Papa Vigilio se
postergaba hasta la síntesis doctrinal de PR 1066.
[4] Este número 234 no tiene precedentes en el PR. Y lo mismo sucede
con casi todos los siguientes números de este primer título (salvo CCE 237 que
tenía su precedente en PR 1049). La fuente de este número es el DCG de 1971.
[5] Así, el mismo misterio de Cristo no se termina de manifestar, si
no se considera que Cristo es “Uno de la Trinidad” Concilio de Calcedonia (DS 424); citado por CCE 468; el
misterio de la Iglesia alcanza su máximo resplandor, cuando se considera que su
comunión es la “extensión” de la Comunión consustancial de la Trinidad (cf. CCE 738); la Liturgia nos
manifiesta su aspecto más profundo, cuando la contemplamos como “obra de la
Santísima Trinidad” (CCE 1077-1112)... y podríamos seguir aportando ejemplos,
como veremos más adelante.
[6] El principio de la “jerarquía de las verdades” está en UR 11,
pero aquí se lo cita por medio del Directorio
Catequístico General (DCG) 43. La razón de esto puede estar en que
DCG 43–además de explicar un poco más
ampliamente que UR 11 el sentido de esta jerarquía– concluye diciendo que:
“estas verdades pueden reunirse alrededor de cuatro puntos fundamentales”
representados por el misterio de cada Una de las Tres Divinas Personas
–consideradas allí sobre todo en clave económica–, y el misterio de la Iglesia.
Por otra parte, recordemos que cuando el CCE cita el DCG, se trata siempre del
“viejo” DCG de 1971; pues el “nuevo” es posterior a la publicación del CCE
(1992): es publicado el 15 de agosto de
1997, junto con la promulgación de la editio
typica latina del CCE.
[7] La presentación de CCE 235 podría ser mejor, pues,
numerando los títulos que siguen con
I, II y III produce una confusión, dado que esos títulos aparecen en su lugar
con los números II, III y IV; R. Ferrara,
Comentario, 96, observa la
misma falencia.
[8] En el PR el tema de las misiones divinas no constituía un Título
aparte, sino que un último subtítulo de la misma sección sintética. Haciendo de
este tema un Título aparte, el CCE parece querer establecer el tema de “las
obras divinas y las misiones divinas” como un puente entre la Theologia y la Oikonomia. De hecho, el siguiente Párrafo 3 del CCE tratará el tema
de lo Omnipotencia divina en clave netamente económica: cf. CCE 268ss.
[9] R. Ferrara, Comentario, 98, recuerda la “prioridad
gnoseológica” de la Oikonomia, en
relación con la Theologia; la cual, a
su vez, tiene “prioridad ontológica” respecto de aquella.
[10] R. Ferrara, Misterio de Dios, 462ss; M. González, La relación entre
Trinidad económica e inmanente. El axioma fundamental de K. Rahner y su
recepción. Líneas para continuar la reflexión, Roma, 1996. De hecho, la única oportunidad en que el CCE usa la
palabra “viceversa” (en el latín; en la traducción no lo hace nunca) es en CCE
280, para indicar –dentro de la Oikonomia–
la relación existente entre “la creación” que “es el fundamento de «todos los
designios salvíficos de Dios», y “Cristo” en quien esta salvación “culmina”.
[11] Así, por ejemplo, CCE 2205 aplicará este tema de los “vestigia” a la familia.
[12] Como hace notar R. Ferrara,
este subtítulo sería más preciso si dijera “La revelación del Padre y
del Hijo” como él propone en su propio subtítulo (Comentario, 98) y justifica más adelante, comentando Mt 11,27: “Al
declarar como correlativos e inseparables los misterios del Padre y del Hijo,
Jesús lleva a su culminación no sólo la revelación del Padre sino, a la par, la
del Hijo. De ahí nuestro subtítulo: La revelación del Padre y del Hijo.” (ibid. 101). Además, el mismo R. Ferrara, ibid. 99, indica que
–tanto en este subtítulo como en el siguiente– “la palabra «revelación» cubre
no sólo el dato bíblico (238-241; 243s) sino también su interpretación por la
Tradición eclesiástica (242; 245-248).”
[13] CCE no indica a quién está citando en esa última afirmación (que
aparece entre comillas). Alguna idea semejante se encuentra en la primera
página del conocido trabajo de J.
Jeremías, Abbá. El mensaje central
del NT, Salamanca, 19995. Y W.
Kasper, El Dios de Jesucristo,
Salamanca, 1985, 165-176 muestra una secuencia semejante a la que el CCE asume
aquí: Dios como padre en la historia de las religiones, en el AT, en el NT y en
la historia de los dogmas.
[14] CCE recupera, en este contexto, la referencia
que PR había hecho de Mal 2,10, ubicándola mejor y uniéndola con Dt 32,6. Las
dos citas están juntas también en J.
Jeremías, op. cit.,
21.
[15] La idea –de nuevo– la encontramos en ibid., 20.
[16] PR 1050 era mucho más pobre en sus referencias al AT, pues se
reducía sólo a la idea central, establecida ya allí en relación con Ex 4, 22.
El resto de PR 1050 pasaba ya al NT.
[17] Desde CCE 208.
[18] Esta problemática pastoral y otras anejas, las consideraba W. Kasper, El Dios de Jesucristo, Salamanca, 1985, p.161ss.
[19] Esto se confirma con dos nuevas referencias bíblicas –Sal 27, 10
e Is 49, 15– que subrayan la eminencia del amor divino, en relación a estas
experiencias humanas.
[20] PR 1052 agregaba tres citas del Cuarto Evangelio (Jn 14, 9; 10,
30; 14, 11), que han sido omitidas en CCE.
[21] Mucho más nítido de lo que lo era en PR 1050-1052: se ganó mucho
en claridad con la eliminación de PR 1051.
[22] R.
Ferrara, Misterio de Dios,
497.
[23] “No podía ser más acertada la elección de estos tres pasajes, que
representan la cumbre más alta de la revelación del NT” dice R. Ferrara, Comentario, 101.
[24] En este caso, es más interesante el
vocabulario griego del texto original, pues la palabra traducida por
“resplandor”, en griego es “apaýgasma”, que sólo aparece en Sab 7, 26, que habla de la
Sabiduría divina, y en Hb 1, 3, citado aquí. Por otra parte, la palabra
traducida aquí como impronta, es la palabra griega “jaraktér”.
[25] Pr 8, 22-31; Sab 7, 22-8,1; Eclo 24, 1ss.
[26] Esta presentación es más cuidada que la que tenía PR 1054, que
sólo decía: “Siguiéndoles...”.
Además, PR continuaba allí diciendo: “...y
en contra de la herejía de Arrio...”; eliminando este inciso, la
presentación del CCE se vuelve más pacífica y expositiva.
[27] El CCE no anota aquí la
palabra griega traducida aquí por “consustancial”; sí lo hará en el contexto
cristológico de CCE 465: “natum, non
factum, unius substantiae cum Patre (quod graece dicunt homousion)”.
[28] También PR 1055 comenzaba con las palabras “Antes de su Pascua...
Jesús...”. Pero allí la primera cita bíblica era de Jn 17, 26, cita que no
tenía que ver directamente con la Persona del Espíritu, pero que permitía
seguir explotando el tema del “Nombre” que era tan persistente en el PR.
[29] CCE es aquí más claro y preciso que PR 1056 que decía: “El
Espíritu Santo es mucho más que la energía divina que actúa desde la
creación...”.
[30] Sagrada Congregación para
el Clero, Directorio Catequístico
General (1997), 82.
[31] Concilio Toledano VI
(DS 490).
[32] Concilio Toledano XI
(DS 527).
[33] Aquí CCE elimina algunas frases que traía PR 1058: “...el segundo
Concilio Ecuménico que reunía... sólo a obispos de Oriente...”; “Las Iglesias
de Oriente han mantenido siempre celosamente esta verdad revelada de la
«monarquía» del Padre...”.
[34] PR 1059 tenía un texto algo débil cuando introducía esta última
frase, pues decía: “El hecho de «proceder del Padre» no agota el misterio del
origen del Espíritu”.
[35] Como habíamos indicado en la segunda de las Observaciones (supra, p. 52), CCE suprime aquí un
subtítulo especial que traía PR 1060-1062: “El
Espíritu procede del Padre y del Hijo” (Filioque), logrando una
presentación más ecuménica, menos conflictiva.
[36] Concilio Florentino (DS
1300-1301). Si bien PR remitía dos veces a DS 1300-1301 (en PR 1060 y 1062), la
cita textual que aparecía al final de PR 1060 era mucho más breve que la que
introduce aquí el pasaje paralelo del CCE. El mismo PR 1060 tenía una
estructura más compleja –y por eso, algo confusa– con cinco citas
magisteriales, cuatro de las cuales estaban dedicadas a decir lo mismo que CCE
dice aquí con sólo una cita. No obstante, CCE no desechó aquellas citas de PR
1060, sino que las reubicó en CCE 247-248.
[37] PR ponía en “letra pequeña” todo el bloque 1060-1062, con un
subtítulo propio que ya indicamos. CCE, en cambio, tomó la primera y la última
frase de PR 1060 y armó –en “letra normal”– CCE 246, dándole así su importancia
propia a “la tradición latina del Credo”. Y dejó para estos números que
consideramos ahora, las cuestiones “históricas” y “doctrinales complementarias”
(cf. CCE 20), que estaban dispersas a lo largo de aquellos tres números del PR.
De este modo, CCE logra una exposición más equilibrada y más prolija. Es de
notar, también, que PR 1061
ha desaparecido completamente; en él se enunciaban
cuatro ideas, que se pueden cotejar en la Sinopsis que presentamos más arriba.
De esas cuatro ideas, sólo lamentamos que ha desaparecido (del entero CCE) la
bella frase de Tomás: “Filius autem est
Verbum, non qualecumque, sed spirans Amorem” (Suma Teológica I, 43, 5 ad 2).
[38] El texto de San León titulado en el DS 284 De Trinitate divina contra modalistas dice: “...alius sit qui genuit, alius qui genitus est, alius qui de utroque
processit...”.
[40] Las dos últimas frases de este CCE 247 también faltaban en el PR.
[41] Esta conclusión ya la proponía W.
Kasper, El Dios de Jesucristo,
Salamanca, 1985, 255.
[42] Para sostener esta expresión, el CCE cita Jn 15, 26 “el Espíritu
«salido del Padre (qui a Patre procedit)»”.
PR 1062 ya hacía esto, introduciendo, incluso, la expresión griega “ek tou
Patros ekporeuomenon” . Y también ponía en griego la expresión de la tradición
oriental “dia tou Hiou”.
[43] PR tenía un título semejante, a saber, “La Santísima Trinidad en
la inteligencia de la fe”. Al cambiar “inteligencia” por “doctrina”, el CCE
parece querer decir que los siguientes números no son sólo una exposición
teológica más, sino una exposición del Magisterio. Por otra parte, CCE ha
cambiado la disposición interna de la sección: Cf. nuestra Sinopsis, en las pp.
45ss y las siguientes “Observaciones” (sobre todo, 3 y 5).
[44] Este subtítulo del CCE es más ambicioso que
su precedente del PR, que sólo pretendía explicar “Los términos usados en la fe
trinitaria” (PR 1069-1073).
[45] PR 1070a sólo indicaba la segunda motivación: “Confrontada con
diversas herejías, la Iglesia...”.
[46] Cf. CCE 158 y 2705.
[47] PR 1070 decía: “Confrontada con diversas herejías, la Iglesia ha
tenido que desarrollar a lo largo de su historia, con la asistencia del Espíritu
Santo, el dogma de la Trinidad mediante términos de origen filosófico…”; en CCE
251 esta frase ha sido profundamente matizada: “una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico”.
[48] Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 9.
[49] PR 1071 sólo traía el término “sustancia”, mientras que CCE le
agrega aquí un paréntesis donde incluye también “esencia” y “naturaleza” como
sinónimos.
[50] Ya indicamos en la Observación 4, de la p.
52, que CCE pone de modo positivo –y más simple– (La Trinidad es una) el primer
subtítulo que traía PR 1066 (No hay tres dioses en la Trinidad). Además, el
texto de PR 1066 comenzaba citando la profesión de fe del Papa Vigilio, que CCE
trasladó al Título I de su desarrollo, en CCE 233.
[51] Concilio
Constantinopolitano II (DS 421). El texto griego dice: “triáda homooúsion”.
[52] Concilio Toledano XI
(DS 530).
[53] Concilio Lateranense
IV (DS 804). El PR anotaba mal el número del DS, pues le ponía aquí: “DS 224” .
[54] Después de esta cita, PR 1066 traía una cita del Prefacio de la
Misa de la Trinidad, que se ha eliminado aquí.
[55] Cf. R. Ferrara, Comentario, 103.
[56] Esta perspectiva se completará en el número siguiente, donde se
dirá –con frases del mismo Concilio– que el Padre, el Hijo y el Espíritu “no
son El mismo”. La partícula “lo” –que es neutra– se refiere a la esencia
divina; la partícula “El” –que es masculina– se refiere a las Personas. El
texto de la editio typica dice,
respectivamente, “ipsum” y “quod” por un lado, e “Ipse” y “qui” por el otro.
[57] Fides Damasi (DS 71).
[58] Concilio Toledano XI
(DS 530).
[59] Concilio Lateranense
IV (DS 804).
[60] Estas dos últimas citas tomadas –incluso– de
los mismos números del DS que sus equivalentes de CCE 253.
[61] Como indica Ferrara, esta traducción es más precisa que la que
propone el texto en español del CCE; cf. R.
Ferrara, Comentario, 103 (en
su nota al pie 27).
[62] PR 1067 no lo hacía, poniendo menos precisamente: “El Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo no son nombres...”.
[63] Esta expresión: “relaciones de origen” parece querer incluir dos
perspectivas complementarias: la perspectiva “dinámica” de las procesiones
divinas inmanentes (al hablar de “origen” y por la cita del Lateranense que
viene a continuación) y la perspectiva “más estática” de las relaciones divinas
subsistentes, al usar la palabra “relaciones”. Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma
Teológica, I, 27 y 28. Para una perspectiva contemporánea, cf. R. Ferrara, Misterio de Dios, 477-503 y 505-523.
[64] PR 1067 era semejante a CCE 254 hasta la cita del Concilio de
Toledo. A partir de allí discurría de otro modo, menos preciso que el CCE, pues
decía: “Las personas de la Trinidad en su distinción no proceden de la unidad
de la esencia divina, sino que están contenidas en ella”. Establecido este
rumbo argumental, la frase del Lateranense IV era más larga, iniciando su
exposición no por las Personas, sino por la esencia: “Aquel ser (la esencia
divina) ni engendra, ni es engendrado, ni procede, sino que el Padre es el que
engendra, el Hijo el que es engendrado, y el Espíritu Santo, el que procede”.
[65] Concilio Toledano XI
(DS 530). La parte final de la traducción de este texto que proponía PR 1068 no
era satisfactoria. Pues en lugar de decir (como aquí): “sin embargo, cuando se
habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola
naturaleza o substancia”, PR ponía: “y diciendo por relación tres personas, se
cree, sin embargo, una sola naturaleza o sustancia”.
[66] Concilio Florentino
(DS 1330). La palabra “ellos” que aparece entre paréntesis, obviamente, se
refiere al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. No obstante, hilando mejor con
la frase anterior –que hablaba de “Personas”– la editio typica pone: “Inter
illas utique «omnia [...] sunt unum, ubi non obviat relationis oppositio»”.
[67] Concilio Florentino
(DS 1331).
[68] Con personas no especializadas, siempre se hace necesario aclarar
que aquí “relativo” no se usa como opuesto a “absoluto” (como quitando
consistencia real a las Personas divinas), explicando la historia de la palabra
“refero” y los vocablos vinculados
con ella. Y resulta útil el adjetivo “relacional” para terminar afirmando –y
explicando– que las Personas divinas son “Relaciones subsistentes”: “Persona divina significat relationem ut
subsistentem” Santo Tomás de Aquino,
Suma Teológica I, 29, 4.
[69] Algo parecido pasará con el concepto de “persona (creada)” en CCE
357, donde se propone una rica descripción, pero no hay una neta definición: el
CCE –respetando su género literario– no pretende ser un “manual”.
[70] Aquí PR 1068 traducía el texto del Toledano poniendo, no “nombres
relativos” sino “nombres de relación”, quizás por aquello que explicábamos en
la nota 75.
[71] Si bien aquí se afirma que el nombre “Spiritus Sanctus” también es relativo, pues “ad Utrosque refertur”, no se nos dice por qué. La continuidad del
texto del Concilio Toledano –que no está citado en el CCE– nos dice que: “Spiritus Sanctus non ad se, sed ad Patrem
et Filium relative refertur: in eo quod Spiritus Patris et Filii praedicatur”
(DS 528). Santo Tomás propone otra posibilidad relacional del nombre “Spiritus” pues “potest tamen intelligi etiam in nomine aliqua
relatio, si spiritus intelligatur quasi spiratus” (Suma Teológica, I, 36,
1, ad 2).
[72] PR 1068 incluía aquí otra frase magisterial, citando una vez más
el Toledano XI: “La misma relación en su denominación personal, impide separar
las personas (Relatio
quippe ipsa vocabuli personalis personas separari vetat) y, cuando no se las nombra juntas, las indica (insinuat) juntas.
Nadie puede entender (audire) uno de
estos nombres, sin que deba también entender los demás (in quo non intelligere cogatur et alterum)” (DS
532).
[73] De modo parecido a lo que sucede con la palabra “relativo” (cf.
nota 75), también la palabra clásica “oposición” necesita hoy ser aclarada. De
hecho, en las más de diez acepciones de la palabra “oposición” que pone el
diccionario de la Real Academia Española, ninguna considera la acepción
teológica clásica (y, prácticamente, todas las acepciones tienen algún matiz de
“antagonismo”). Solemos explicarla apelando a la palabra “distinción”, que usa
este mismo número del CCE, en su segunda frase: “todo es uno, donde no existe
distinción de relación”.
[74] Cf. R. Ferrara, Misterio de Dios, 555-559.
[75] Cf. CCE 226-227. También CCE 197 finalizaba con una frase que se
abría a la espiritualidad. Y en la Primera Sección también encontramos lo mismo
en CCE 30; 133; 175. Incluso, el mismo Prólogo termina así, en CCE 25.
[76] Cf. CCE 313; 344 y 349; 410-412 (con la última frase tomada del Exultet); 478; 502-507; 618; 628; 635;
738; 865; 983; 1011-1014; 1050; 1065.
[77] Lo cual hace al texto especialmente pertinente para cerrar esta
sección sobre la perspectiva inmanente, pues el título siguiente –sobre las
obras divinas y las misiones trinitarias– ya se abrirá a la perspectiva
económica. En cambio, PR 1077 ponía este texto del Nacianceno al final del
Párrafo trinitario, y no traía el texto de Isabel.
[78] El verbo griego que usa Gregorio –que aquí se traduce por “reducor” y “posee”– es anafero (conjugado como anaféromai); o sea, el verbo fero con un prefijo que indica
elevación. Quizás podría traducirse como “me sobreeleva”. En el NT aparece, con
este sentido, en los relatos de la Transfiguración (Mt 17, 1; Mc 9, 2) y de la
Ascensión (Lc 24, 51: anaféreto eis ton
ouranón).
[80] San Gregorio Nacianceno, Oratio, 40, 41.
[81] PR cerraba el conjunto de la exposición trinitaria con esta Oración del Nacianceno (cf. PR 1077).
CCE –al agregar el tema de la inhabitación de la Trinidad en el creyente, tema
que PR no consideraba– cierra con la Oración de Isabel de la Trinidad, que
concuerda con esta perspectiva. Y adelantó la Oración del Nacianceno a este
lugar, antes de hablar de las misiones divinas.
[82] Cf. CCE 258, 290-292.
[83] Liturgia de las Horas,
Himno“O lux beata Trinitas” (II Vísperas
de los Domingos II y IV, en la edición latina).
[84] La editio typica dice
sólo: (Eph 1,5).
[85] La editio typica dice
sólo: (2 Tim 1,9).
[86] Cf. Concilio Vaticano
II, Ad gentes 2-9.
[87] La traducción española de la antífona no conserva cabalmente el
contrapunto “Trinitas – Unitas” del
texto latino. Además, el adjetivo “esencial” no parece ser la mejor opción para
traducir el “principalis” del texto
latino; la traducción española tendría que decir algo así como: “¡Oh luz,
bienaventurada Trinidad y suprema Unidad!”.
[88] Se puede apropiar la vida al Padre –Quien engendra la Hijo, y a
Quien le atribuimos la Creación–, la luz al Hijo –Quien es el Lógos y la “Luz del mundo”– y la
felicidad al Espíritu –Quien es el Amor del Padre y del Hijo y “el amor
derramado en nuestros corazones”.
[89] Tanto el “beneplacitum”,
cuanto el “libere” de la frase
anterior, apuntan a la gratuidad del amor divino.
[90] CCE 257 no tenía precedentes en el PR, que comenzaba directamente
con la cuestión dogmática de la “unidad de operación”; en CCE 257 la exposición
ha ganado en belleza, hondura y amplitud. Además, se han equilibrado mejor que
en el PR los dos aspecto señalados en el título, pues ya desde este primer
número se comienza a exponer sobre las misiones divinas, mientras que PR
dedicaba sus dos primeros números a la obra divina de la creación (PR 1074s), y
las misiones divinas sólo aparecían en su tercer número (PR 1076).
[91] Cf. Concilio
Constantinopolitano II (DS 421).
[93] Cf. 1 Cor 8, 6.
[95] Cuatro veces dice el texto en español “un(a) solo/a”; por
supuesto, las cuatro veces el latín dice: “unus/a”.
[96] De este modo se organiza más prolijamente el contenido que tenían
PR 1074 y 1075, que se han fusionado en CCE 258. Lo que era la primera idea de
PR 1075: “Las personas consustanciales de la Trinidad son «principio único de
todas las cosas... desde el comienzo del tiempo» (DS 800)”, aparece encabezando el desarrollo de CCE 258, aunque sin
apelar a esta cita del Lateranense IV. Y también se omite en el CCE una cita
del Toledano XI, que aparecía al final de PR 1074. El resto del contenido del
PR se ha mantenido, pero se lo ha enriquecido con la última frase de nuestro
número que habla de la salvación, mientras que PR 1074 y 1075 sólo hablaba de
la creación.
[97] El texto de Pablo sólo considera a las dos primeras Personas
divinas, con las preposiciones griegas
“ek” y “diá” para Una y Otra. El
Constantinopolitano II completa la trilogía, aportando la referencia a la
Persona del Espíritu, a quien adjudica la preposición “en”. Estas preposiciones griegas son vertidas al latín como: “ex”, “per” e “in”.
[98] Cf. Jn 6, 44.
[99] Cf. Rom 8, 14.
[100] Nuestro número y su tema no tenían precedentes en el PR.
[101] Para completar la trilogía, falta una tercera frase –paralela a
las dos anteriores– en relación al Espíritu. Podría haber dicho algo así:
“Quien recibe el Espíritu, lo recibe porque el Padre lo envía (cf. Jn 14, 26) y
el Hijo lo dona (cf. Jn 19, 30; 20, 22)”.
[102] Cf. Jn 17, 21-23.
[103] Beata Isabel de la Trinidad,
Elevatión a la Trinité, Ecrits
spirituels, 50, ed. M. M. Philipon (París, 1949) 80.
[104] Como se evidencia, sobre todo, en el texto latino. Con esta
insistencia en considerar la “economía divina” como un “todo”, el CCE pone bajo
el signo de la unidad lo que PR presentaba de modo bien separado. Pues, si bien
el CCE ha conservado el título del PR con sus dos perspectivas –las obras
divinas y las misiones trinitarias– en todos sus cuatro números considera toda
la economía divina (CCE 257-260). En cambio, –como dijimos anteriormente– el PR
consideraba primero la obra divina de la creación (PR 1074s), y luego las
misiones divinas (PR 1076) y, esto último, de un modo distinto a la rica
amplitud del CCE (cf. en la sinopsis ofrecida supra, pp. 45ss).
[105] CCE comienza el resumen afirmando la centralidad del misterio
trinitario, cosa que no hacía el resumen del PR pues –recordemos– CCE 234 no
tenía precedente en aquel proyecto. La inaccesibilidad a la sola razón humana
sí la ponía el PR, en una número posterior: PR 1081; cf. la sinopsis expuesta
más arriba, en la p. 45ss.
[106] PR 1078 sólo ponía aquí una cita literal de Mt 11, 27; CCE amplía
y precisa la relación entre el Padre y el Hijo.
[107] Cf. Jn 14, 26.
[108] PR 1079 sólo traía aquí la cita literal de Jn 15,26.
[109] San Agustín, De Trinitate, 15, 26, 47.
[110] PR ponía como último número de su resumen esta cita de San
Agustín (PR 1083).
[111] PR 1082 se extendía más que lo que hace CCE en este aspecto de la
procesión de las Personas divinas, con una cita del Credo del Pueblo de Dios, que no tiene equivalentes en este
resumen. Cf. la sinopsis ofrecida supra,
p. 45ss.
[112] Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 9.
[113] El segmento “analítico” (CCE 232ss) y el segmento “sintético”
(CCE 249ss).
[114] CCE 234, en su última frase consideraba también este aspecto de
“comunión salvífica” con la Trinidad, aspecto que se desarrollará es la Oikonomia trinitaria (por ejemplo, en
CCE 758-769 y en CCE 781-801). Y a esto se deberá agregar los segmentos
trinitarios de las otras Partes del CCE, por ejemplo: CCE 1077-1112; 1692-1695;
etc.
[115] PR 1080 –con una cita literal de San Ambrosio– consideraba el
aspecto del bautismo de un modo completamente semejante a lo que vimos en CCE
233. Y dejaba para su número siguiente –PR 1081– el aspecto de participación en
la vida divina, primero en fe y luego en visión.
[116] Mayúsculo error en la traducción española, poniendo “substancias”
en plural. Ninguna otra traducción en “lengua moderna” de las cotejadas
–francesa, inglesa e italiana (la cual, incluso, pone primero todo el texto en
latín, y luego lo traduce)– ha caído en semejante fallo. R. Ferrara también ha
notado el mismo error (¡y otro error más!) en el actual DH. Cf. Ferrara, Misterio de Dios, 227, nota 116. Y ha detectado que la fuente del
primer error es la traducción española del “primer Denzinger”, hecha por D.
Ruiz Bueno (aunque él no caía en el segundo error que hoy trae DH y que el
mismo Ferrara también anota).
[117] Símbolo “Quicumque” (DS
75).
[118] Cf. CCE 192; sólo en estos dos lugares aparece este símbolo en el
CCE.
[119] Estos dos últimos aspectos no estaban considerados en el PR. Cf.
la sinopsis, p. 45ss.
[120] Ver más abajo: “La Trinidad, «misterio cumbre»…”, en p. 82.
[121] Consideramos que los otros dos números de parecida solemnidad en
la Primera Parte del CCE son 423 –sobre la Encarnación– y 638, sobre la
Resurrección. Claramente, no es casual esta solemnidad, pues se trata de los
misterios que concentran lo más propio de la fe cristiana.
[122] Por eso, solemos decir que este CCE 234 –o, al menos, su primera
mitad– debería labrarse en letras de bronce o en placas de mármol, y colocarse
en la puerta de cada templo, colegio e institución católica.
[123] En este caso con “El
magisterio de San Juan Pablo II y los principales documentos pontificios del
Siglo XX”, preparado por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
[124] Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 5-6; Lumen Gentium, 1-4; Dei Verbum, 2-5.7; Gaudium et
Spes, 1-3.
[125] Cf. R. Ferrara, Misterio de Dios, 450; quien allí cita
como exponentes: “LG 2-4, UR 2 y AG 2-4” .
[126] Véase, como perspectiva complementaria, más abajo: 2.1.3.8.
“Breve comparación entre las exposiciones trinitarias del Concilio Vaticano II
y del CCE”, en la p. 80.
[127] CCE 248: “La tradición oriental expresa en primer lugar el
carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo... esa
tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2)”; CCE 257:
El “designio” divino “se despliega en la obra de la creación, en toda la
historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del
Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9)”.
[128] CR, De primo articulo,
caput II, nº 7: “Unum Deum esse, non
plures deos, confitendum est” (que ocupa menos de media página); y nº 9: “...de distinctione personarum in divinis”
(que ocupa algo menos de dos páginas).
[129] CR, De secundo articulo, caput III, nº 9: “De modo generationis aeternae... et de
duplice nativitate... Christi” (que ocupa media página).
[130] CR, De octavo articulo, caput IX, nº 3-7. Esta
es la exposición más larga (algo más de cuatro páginas) en la cual se considera
al Espíritu como la Tercera Persona divina, su procesión del Padre y del Hijo,
su consustancialidad con Ellos, y también que “Trinitatis opera sunt indivisa
ad extra”.
[131] “Trinitatis opera sunt indivisa
ad extra” y “Trinitas apparuit in baptismo Christi”
(esto ya en la Pars secunda, dedicada
a los sacramentos).
[132] DCG (1971) 40, 47 (tres veces), 60 y 69.
[133] El DCG (1971) hablaba dos veces del cristocentrismo, mientras que
en DCG (1997) aparece veinticinco veces.
[134] DCG (1997) 33, 82 (cinco veces), 87, 97, 98, 99 (cuatro veces),
100 (tres veces), 114, 118 (dos veces), 122 (dos veces), 123, 135 y 196.
[135] Cf. CCE 232 y 265.
[136] Cf. CCE 242.
[137] Cf. CCE 242, 243, 245 (dos veces) y 263.
[138] Cf. CCE 253 y 258 (dos veces).
[139] Cf. CCE 253 y 254.
[140] Cf. CCE 248.
[141] Cf. CCE 246, 248 (dos veces), 255 (dos veces) y 258.
[142] Cf. CCE 237.
[143] Cf. CCE 248 y 257.
[144] Cf. CCE 245 para el Toledano VI; y CCE 245, 253, 254 y 255 para
el Toledano XI, todas tomadas de su Símbolo.
[145] Cf. CCE 247.
[146] Cf. CCE 233.
[147] Cf. CCE 251, 265.
[148] Cf. Concilio Vaticano II, Christus Dominus, 9
[149] Cf. 1.1.3.3. “Otras fuentes sobre el Dios Uno, utilizadas en CCE
199-231” ,
en la p. 39.
[150] Cf. CCE 254.
[152] Incluso, San Agustín ya había sido mencionado en el mismo
Prólogo, junto con otros tres “santos obispos” que consagraron “una parte
importante de su ministerio a la catequesis” (CCE 8).
[153] Se lo cita por última vez en CCE 2837.
[154] Cf. CCE 264.
[155] M. M. González Gil, Cristo, el misterio de Dios (I), Madrid,
BAC, 1976, 107.
[156] M. González, La Trinidad: un nuevo nombre para Dios,
Buenos Aires, Paulinas, 2000, 65.
[157] Cf. CCE 290.
[158] Cf. CCE 1023.
[159] Aparece 7 veces entre CCE 468 y 495.
[160] 5 veces entre CCE 684 y 689.
[161] Éstas últimas, todas relacionadas
con el Bautismo: cf. CCE 1239s, 1266, 1278.
[162] Incluida también la noción de “relativo”.
[164] “Podemos invocar a Dios como «Padre» porque El nos ha sido
revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el
hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la
relación personal del Hijo hacia el Padre, he aquí que el Espíritu del Hijo nos
la hace participar a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido
de Dios”.
[165] “Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la
dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse,
de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es
llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta
de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar”. Cf. en p. 102, el
análisis de CCE 357.
[166] Cf. CCE 245s, 248, 254 y 264 (que ya es un número del Resumen).
[168] CCE 242 (2 veces), 248 (2 veces), 253, 262, 467, 503, 663, 685,
689 (2 veces), 703 y 2789. La editio
typica sólo trae 15 citas. Pues en 503 dice: “Naturaliter Patri secundum divinitatem, naturaliter Matri secundum humanitatem...”. Allí la versión en
español dice “consubstancial”.
Con esto quedarían en el latín sólo 14 citas. Pero cuando cita el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano, el latín dice: “consubstantialem Patri”,
mientras que el texto en español dice: “de la misma naturaleza...”.
[169] CCE 467: “(El Hijo es) consubstancial con el Padre según la
divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad...”;
y CCE 503: “(El Hijo es) consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestra
humanidad...”. Pero véase la nota anterior.
[170] CCE 732 y 738: “...la Comunión de la Santísima Trinidad...”; CCE
2845: “La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de
verdad en toda relación”.
[171] Cf. CCE 747, 1107, 1108, 2655, 2713, 2789 (donde aparece también “consustancial”),
2801 y quizás 972.
[172] Cf. CCE 221, 264, 850 y 2205.
[173] Cf. CCE 79, 197, 249, 737, 1082, 1109, 1155, 2781-2782, 2789,
2790.
[174] Cf. CCE 257 y 850.
[175] CCE 1118: “...el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en
tres Personas”; CCE 2331: “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de
comunión personal de amor”. La sugerencia de investigar la noción de “Misterio” nos fue hecha por Mons.
Karlic.
[176] Cf. CCE 1702 y 1878 (con su Resumen, CCE 1890); aunque en todos
estos casos el latín usa “unitas”: vemos
entonces que el latín nunca usa “unio”
para la comunión de la Trinidad.
[177] Cf. CCE 1997, 2014, 2427, 2565. Aquí el latín sí usa “unio”, salvo en la última cita que –por
otra parte– dice mucho más en el latín que en el español: “Gratia Regni est «Sanctae regiaeque Trinitatis [...] totamque Se cum
tota mente miscentis, contemplatio»”.
[178] “La Unidad divina es Trina” (CCE 254); “No he comenzado a pensar
en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a
pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...” (CCE 256),
aunque el latín dice: “Vix Unum animo
concepi, cum statim Tribus circumfulgeo. Vix Tria distinguere incipio, cum ad
Unum reducor”; “O lux beata Trinitas
et principalis Unitas!” (CCE 257); “La fe católica es ésta: que veneremos
un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las
personas, ni separando las substancias...” (CCE 266). Obviamente el latín dice substantiam: cf. nuestro comentario sobre este error en
la p. 70 (nota 123).
[179] El ya citado CCE 260 y,
además: “La Iglesia es una
debido a su origen: El modelo y
principio supremo de este
misterio es la unidad de un
solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas” (CCE 813).
[180] “... el Espíritu de su Hijo es realmente Dios... Pero al adorar a la Santísima Trinidad
vivificante, consubstancial e individible, la fe de la Iglesia profesa también
la distinción de las Personas”.
[181] Esta raíz aparece en otros lugares, pero para expresar que no hay distinción de sustancia
(CCE 256 y 465).
[182] “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son
tres principios de las criaturas, sino un solo principio. Sin embargo, cada
persona divina realiza la obra común según su propiedad personal... Son, sobre todo, las misiones divinas...
las que manifiestan las propiedades
de las personas divinas” (CCE
258); “Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la
propiedad de las personas
divinas y su naturaleza única” (CCE 259).
[183] “No hay más que una sola
hipóstasis [o persona], que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad.
Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto...” (CCE 468); “El Hijo
de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal
de existir en la Trinidad” (CCE 470).
[184] Por ejemplo: “la creación es obra de la santísima Trinidad” (CCE
290-292); el Espíritu Santo actuaba ya desde la creación y la Antigua Alianza
(cf. CCE 703-716) y “habló por los profetas” (CCE 702); y el Verbo “resuena en la
boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a
Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo” (CCE 102, citando
a San Agustín).
[185] Cf. CCE 200, 202, 245, 252s, 255s, y
258s.
[186] Cf. CCE 465s, 477 (y los números de Resumen,
479 y 483), 650 y 654.
[187] Cf. CCE 460, 1212, 1691s, 1721, 1726, 1812, 1988 y 1996.
[188] Cf. CCE 200, 202, 245, 251, 252s, 255s y 266 para el Párrafo
trinitario; y CCE 465 para el misterio de Cristo.
[189] Para aclarar que la creación no es una “emanación necesaria de la
substancia divina” (CCE 296).
[190] Cf. CCE 200, 202, 241, 246 y 252s.
[191] CCE 271: “La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria:
En Dios
el poder
y la esencia, la voluntad y la inteligencia, lasabidur a y
la
justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el
[192] CCE 1023: los salvados “vieron y ven la divina esencia”.
[193] Cf. CCE 209, 238, 245, 253, 256 y 266.
[194] Cf. CCE 32.
[195] Cf. 2567.
[196] Cf. CCE 446, 455, 460, 465, 467, 484, 503, 515, 526, 653, 663 y,
ya fuera del Capítulo Segundo, se vuelve a tratar de la divinidad del Hijo en
CCE 722.
[197] Cf. CCE 1374, 1413.
[198] “El arte sacro es verdadero y bello cuando
corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar... el
Misterio trascendente de Dios, Belleza sobreeminente e invisible de Verdad y de
Amor, manifestado en Cristo, «Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia»
(Hb 1,3), en quien «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col
2,9)...” (CCE 2502).
[199] Cf. CCE 684.
[200] Cf. CCE 2789, 2807.
[201] “...Dios es eterna
beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu
Santo”.
[202] Cf. por ejemplo CCE 1702 y 1878 donde, significativamente, no se
pudo poner ningún número marginal que remita a la sección dogmática del CCE.
Por otra parte, veremos que también esa iluminación de la vivencia moral
humana, a la luz de la Trinidad Divina,
será otro punto débil del CCE: cf. “La Trinidad, modelo de comunión: un principio que luego no se aplicó
mucho”, en p. 264.
[203] Cf. CCE 221, 1118, 2331 y 2845 (que debe incluirse, pues el
contexto habla de “el amor mutuo”). No parece que deba incluirse CCE 689, pues
si bien habla de “la vida íntima de la Trinidad” la lee desde la perspectiva de
la consustancialidad; y, cuando habla del “don de amor” este don es “para el
mundo”.
[204] Cf. CCE 214, 221, 733 y 1604.
[205] Cf. CCE 218 (en el título), 2331, 2577; y se podrían agregar CCE
1118 y 1611 que –aunque no tienen la expresión exacta– sí expresan la idea.
[206] S. Zañartu, “Algunas
impresiones sobre la Trinidad en el Vaticano II”, Teología y Vida 43 (2002) 583.
[207] Cf. ibid.
[208] Cf. ibid., 581s. N.
Silanes dice que “han sido muy contadas las veces que el Concilio ha adoptado
fórmulas «esenciales» mencionando el ser en sí de la Trinidad como misterio
estático”; y precisa los textos: LG 49,1; 50,4; 69,1; 47; 51,2; UR 1,2; 12: cf.
La Iglesia de la Trinidad. La Santísima
Trinidad en el Vaticano II. Estudio genético-teológico, Salamanca, 1981,
104 (nota 86).
[209] Zañartu indica como ejemplo a GS 22, en cuyas notas 22 y 23 se
citan los Concilios de Calcedonia, y los Constantinopolitanos II y III. Por
eso, el autor concluye: “el Vaticano II da la impresión de querer precisar el
dogma un poco más que lo que lo hace en doctrina trinitaria”: cf. ibid., 590.
[210] “No menos de cincuenta veces son las ocasiones en que aparecen
conjuntamente las tres personas en los diversos documentos conciliares...”: N. Silanes, La Iglesia de la Trinidad. La Santísima Trinidad en el Vaticano II.
Estudio genético-teológico, Salamanca, 1981, 1427.
[211] San Juan Pablo II, Fidei Depositum, 1.
[212] Como vimos antes, el texto en español dice ““No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya
la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad
cuando ya la Unidad me posee de nuevo...”. Pero el
verbo griego ftháno que usa el Nacianceno –y que está traducido al español como:
“comenzar a pensar”– implica “movimiento hacia”: cf. Mt 12, 28; Lc 11, 20; Rm 9, 31; 2 Co 10, 14; Fil 3, 16; 1 Tes 2, 16; 1Tes 4, 15. Y también podría ser mejor la traducción de otras expresiones,
cuando se observa el texto griego, como indicamos más arriba –por ejemplo– en
la nota 106. Por eso proponemos la
traducción anotada.
[214] Ibid., 534.
[215] Ibid., 464.
[216] J. M. Rovira Belloso,
Tratado de Dios uno y trino, Salamanca,
1993, 636; citado por R. Ferrara, ibid., 545.
[217] Cf. Santo Tomás de Aquino,
Suma Teológica, I, 3 y I, 4,
respectivamente.
[218] H. de Lubac, Paradoxes suivis de Nouveaux
Paradoxes, París, 1955, 71; citado por R.
Ferrara, Misterio de Dios, 29.
[219] Cf. CCE 163, 1023, 2519.
[220] Cf. CCE 112, 158, 331, 426, 442, 450,
etc.
[221] Cf. CCE 2500.
[222] Confesamos que creemos haber leído esta idea en algún lugar del
¿Magisterio? contemporáneo, pero luego no hemos encontrado la cita, a pesar de
haberla buscado con dedicación.
[223] Cf. A. Marino, “Creo
en Jesucristo, Hijo Único de Dios”, en Prof. de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica
Argentina., Comentario
al Catecismo de la Iglesia Católica, Buenos
Aires, Paulinas, 1996, 145-151. Modestamente, creemos que nuestra propuesta
responde mejor a la pregunta planteada por el autor allí: “¿Cómo armonizar el
cristocentrismo con el teocentrismo trinitario?”, a la cual él responde
sosteniendo que “no constituyen dos centros alternativos, sino un mismo y único
centro” (p. 147): coincidimos en la primera parte de la afirmación, pero –a
causa de lo expuesto– no en la segunda parte.
[224] La traducción española traduce el vocablo latino “verbum” algunas
veces como “verbo” y otras veces como “palabra”. En latín, la palabra “verbum”
es utilizada en los muchos sentidos que el vocablo admite, lo cual no permite
una búsqueda informática adecuada en ese idioma. El único modo de recabar los
datos para realizar el siguiente resumen, fue repasar todos los textos del CCE
en español, en que la palabra “Verbo” o “Palabra” aparecían con mayúsculas y
designando a la Persona del Hijo (y no en referencia, por ejemplo, a la
“Palabra de Dios”, designando así a la Revelación divina).
[225] La cita de Ireneo que ilustra este mismo número, vuelve a usar
este nombre: “El Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del
hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios
a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre” San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses 3, 20, 2.
[226] Una frase es título de CCE 65; la segunda es: San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2, 22, 3-5.
[227] Este es el segundo texto –después de CCE 51– en que el Verbo aparece
junto a las otras dos Personas divinas.
[228] San Agustín, Enarratio in Psalmun 103, 4, 1.
[229] San Bernardo, Homilia super “Missus est” 4, 11.
[230] Cf. Lc 24, 45.
[231] Con este texto, completamos tres citas en que aparece el Verbo
con las otras dos Personas Divinas.
[232] Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 18.
[233] En el contexto de la primera “estructura trinitaria” que presenta
el CCE.
[234] Cf. CCE 294, citando a Ireneo, vuelve a utilizar el título, pero
no de un modo específico.
[235] Cf. CCE 320, que es un número de Resumen, que menciona a las Tres
Personas.
[236] Cf. CCE 331.
[237] Cf. CCE 423; cf. también CCE 425 que cita 1 Jn 1, 1-4.
[238] Cf. CCE 427.
[239] Cf. CCE 430-455.
[240] Cf. CCE 461; el número de Resumen correspondiente usará los tres
“nombres eternos”: Hijo, Verbo e Imagen: cf. CCE 479 (que en el latín sólo dice
“Verbum” una vez, a diferencia del
texto español que pone “Verbo” y “Palabra”). Cf. también CCE 483, que vuelve a
hablar de “la Encarnación” usando la palabra “Verbo”.
[241] Cf. CCE 466; por otra parte, el número final de este Título III
concluye con textos litúrgicos, en los cuales aparece una vez el nombre de
“Verbo”: cf. CCE 469.
[242] Cf. CCE 471.
[243] Cf. CCE 475.
[244] Cf. CCE 473-474 y 476, respectivamente.
[245] La abundancia del uso de este nombre en estos números sobre “el
ser de Cristo” –21 veces en CCE 456-483–, contrasta con las muy pocas veces que
se lo utiliza en el resto del Capítulo Segundo (CCE 484-682) –apenas 3 veces en
dos números–: uno que habla sobre la predicación de Jesús (cf. CCE 581), y otro
sobre “el cuerpo de Cristo en el sepulcro”, que vuelve a la perspectiva sobre
“el ser de Cristo” que campeaba en el Párrafo 1 (cf. CCE 626).
[246] Cf. CCE 687, 689, 702 (en un título significativo), 702, 703,
707. Antes, una frase de Ireneo mencionaba al “Verbo”, en un contexto trinitario,
que estudiaremos en su lugar: cf.CCE 683.
[247] Cf. CCE 724.
[248] Así, se habla de “la venida a nosotros del Verbo encarnado” como
el origen de la Iglesia (CCE 834); y también se habla de modo semejante en
relación con la mediación de María, incluida en la mediación de Jesús –aunque
“ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo
encarnado y Redentor” (CCE 970)–; y del culto a María, que difiere
esencialmente del culto de adoración que se tributa al “Verbo encarnado” (CCE
970).
[249] Vuelve sobre el título de “Verbo” el número del Resumen, CCE
2141.
[250] CCE 2546 utiliza “Verbo”, pero no en sentido específico: en ese
contexto pudo haber usado cualquier otro.
[251] Cf. CCE 2765.
[252] Cf. CCE 2812.
[253] Cf. CCE 2835: “lo que sale de la boca de Dios... su Palabra y de
su Espíritu”.
[254] Texto bíblico sólo usado en los textos del CCE indicados aquí.
[255] Cf. Ef 1, 3-6; Rm 8, 29.
La misma idea se propondrá al
principio de la Parte moral –en CCE 1701– hablando del “el hombre, imagen de
Dios”, único título que en el CCE aparece dos veces.
[256] Este texto bíblico se aduce –para este nombre del Hijo– sólo en
estos lugares del CCE.
[257] Cf., sobre todo, CCE 234.
[258] Cf. CCE 236.
[259] En el Párrafo 1, recordemos, eran las dos teofanías relatadas en
Ex 3 y 33-34, respectivamente.
[260] R. Ferrara, Comentario, 99.
[261] Cf. CCE 223 y 226s.
[262] Cf. CCE 256 y 260.
[263] “Pero san Juan irá todavía más lejos al afirmar: «Dios es Amor»
(1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los
tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más
íntimo; Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu
Santo, y nos ha destinado a participar en El”.
[264] “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en
el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el
Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo”.
[265] Cf. CCE 230 y 264.
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